viernes, 7 de marzo de 2014

"La Princesa del Azar" (Relato imaginario)



Decisión

Había pasado sólo un mes del viaje en que conociera a Aurora. En ese mes, Bernardo trabajó casi sin descanso, a destajo, para mantener la mente tranquila porque en realidad su deseo era haber vuelto a Buenos Aires a la semana. Necesitaba volver a hablar con la mujer que ahora ocupaba su pensamiento y sus ansias. Sabia por su amigo que ella era socia y mujer del dueño de Azar pero no le importó. El siempre había tenido las mujeres que había querido y si ahora mismo saliera a buscar esposa en el ámbito vecinal, en el pueblo cercano y aun en toda la provincia, habría podido elegir entre muchas interesadas de buena posición y buenas familias. Pero, cosa rara el corazón, se había empecinado en tomar para compartir su vida a una mujer de la noche de Buenos Aires.

Durante ese mes, después de su regreso trató de telefonearle pero no consiguió hacerlo, no era bueno el servicio de larga distancia y un par de veces en que logró comunicarse con la casa de juego, lo atendieron empleados e incluso una vez el mismo Esteban, por lo que fingió una equivocación; en realidad eran tantas las interferencias que desistió de volver a llamar.

Así fue que, para sorpresa del capataz y más de Marta, adelantó el viaje que habitualmente hubiera hecho dos meses más adelante y decidió volver a la capital a sólo un mes de haber regresado a la estancia. De nuevo el viaje en su camioneta hasta tomar el tren y ya en este viajar todo un día y una noche hasta el destino tan deseado. Algún viejo peón, de haber sabido el motivo que impulsaba al patrón por ese largo viaje, habría repetido el conocido verso de la poesía gauchesca: “Es sonso el cristiano macho cuando el amor lo domina…”

O tal vez no tan sonso, porque Aurora era una muy bella mujer, en una edad apetecible y en una relación de edades que contemplaba la aspiración de todo hombre a tener una mujer más joven que él, y por tanto más apetecible. Visto desde este enfoque Bernardo no evidenciaba ser ningún sonso.

El día de su llegada descansó en el hotel; no llamó a nadie como solía hacerlo siempre que llegaba a Buenos Aires, para concertar encuentros con amigas y amigos. Por la noche, en elegante traje a la usanza ciudadana, se dirigió al Azar. Se desplazó por el lugar buscando con la vista a Aurora, no la vio en el puesto de observación que sabía ocupar en la parte alta, así que se dirigió al bar y se ubicó en la barra. Pidió un whisky con hielo que le sirvió de compañía mientras aguardaba la aparición de Aurora.

Pasó una hora antes que ella hiciera su aparición, Bernardo la vio cuando descendía la escalera hacia el salón de juegos. Una emoción inusual en él le hizo sentir un cosquilleo en el estómago y siguió con la vista el recorrido de la mujer. Todos sus anhelos surgidos en el mes transcurrido desde que la conociera, se confirmaron en ese momento en el sentido que deseaba hacerla su mujer. No sabía cómo reaccionaría ella pero él supo allí que su decisión era indeclinable.
(Continuará) Los hechos, lugares y personajes son ficticios; cualquier semejanza con la realidad es meramente casual.