lunes, 20 de agosto de 2018

Otro cuento del libro "Arcoiris Patagónico"


                                                 El castigo 



-He venido a buscarlo.

En el tono del recién llegado, en el dedo que me señalaba, había algo que me llenó de estupor y sentí que mis piernas no eran mis piernas. Entonces, con la velocidad con que se mueve la mente, rebusqué en mi memoria para encontrar el motivo de  estar involucrado en la posible acusación que me haría el personaje,  que se me antojó una especie de justiciero siniestro.



Pero, por qué.



En la rueda vertiginosa con que pasaron mis recuerdos, mi memoria se detuvo en la noche de verano, cinco años atrás, cuando partí del pequeño pueblito de provincia,  adonde había recalado, merced a la ayuda de  un pariente influyente, para ocupar, en carácter de aprendiz, el puesto de asistente del juez de paz. El personaje que se presentaba de pronto  cuando casualmente... ¿Casualmente?... me encontraba solo en la casa  donde residía con mi mujer y mi pequeño hijo, tenía algo de extraño e irreal. Algo en él me resultaba muy inquietante; no era congruente con el  aspecto y la actitud de las personas comunes y corrientes.

Recordé perfectamente, en realidad me di cuenta que nunca había dejado de estar presente en el plano de mi subconsciencia, que en aquel pueblito yo había iniciado relación con una joven poco menor que yo, huérfana de padres y criada por su abuela. Tan excéntrica la anciana como bella era su nieta.

-Yo soy una reina del lejano oriente. Y mi nieta es una princesa del mismo origen. 

Decía la mujer y acaso para amedrentarme, me había espetado un par de veces:

-Quien pretenda desposar a mi princesa deberá ser un noble  de alcurnia y comportarse como tal.



A mí la abuela me parecía mucho más una bruja improvisada que una reina de oriente, de hecho siempre me burlé de ella a sus espaldas y haciendo como que le seguía el juego, con tal de ganarme los favores de Mizarina, la nieta. Yo la  llamaba Miza, cuando estábamos solos, porque la vez que lo intenté ante la anciana reina, casi me expulsó de su casa.

 La joven había convencido a su  abuela que éramos buenos amigos y que nuestra amistad era al solo efecto de que  le enseñase las tareas atinentes al puesto en el juzgado; así cuando yo me fuese trasladado a la ciudad Mizarina podría acceder al cargo que yo dejaría. Y claro está que un puesto así, en aquel pueblito que sólo ofrecía a las jóvenes oportunidades como sirvientas, era muy codiciado.

 El hecho fue que la amistad entre la princesita y yo,  matizada por mis enseñanzas, fueron  al principio tibias, con el pasar de las semanas cálidas y con el transcurrir de los meses fogosas. Conforme fue girando la antigua rueda del tiempo ocurrió lo que inevitablemente el destino había dispuesto, entre dos jóvenes que nos gustábamos.  

Vivíamos felices nuestro idilio  pero,  a esta altura,  reparé en que me había complicado la vida.  Primero porque en la ciudad de la cual provenía, yo estaba comprometido con una joven de excelente familia y de ningún modo podía aparecer de regreso con otra jovencita conseguida en  un pueblito ignoto de provincia para decirle que por mi cuenta había quebrado el compromiso.  De hacerlo  el padre de mi prometida, una especie de padrino siciliano, sencillamente me mataría. Y segundo porque a Mizerina se le había puesto en su hermosa cabecita que yo era el amor de su vida, y que ella  se iría conmigo a la ciudad.

Bastante preocupado, traté de convencerla de que su destino estaba junto a su abuela reina, que desde el cargo de asistente del juez  tendría un futuro venturoso en el pueblo y que la ciudad ahogaría su naturaleza espontánea,  propia del medio donde se había criado.

Nada dije de volver por ella algún día. Tal vez por eso, lejos de convencerla, ella se manifestó dispuesta a seguirme sin darme otra alternativa y  me puso en conocimiento que si yo partía sin ella, le pediría a su abuela que me enviaría al Marqués  un gitano de la corte oriental, en realidad un siniestro mago, cubierto con sombrero de copa de alas anchas, pañuelo rojo al cuello,  traje negro y tapadera en su ojo derecho, que había perdido en una pelea de tribus, para que me transformara  en sólo un cuerpo sin alma ni memoria condenado a vagar días y noches sin reconocer ni recordar  siquiera a mis progenitores.

Incrédulo de brujerías y magias orientales, yo había partido del pueblo dejando a Mizerina y a su abuela reina sin siquiera despedirme. Ya en la ciudad, ascenso de por medio en mi carrera judicial, había formado mi familia. Por eso ahora miraba ensimismado sin capacidad de reaccionar al hombre recién llegado, vestido de negro desde el sombrero al traje, pañuelo rojo al cuello y que,  mientras me señalaba con su dedo tembloroso, me miraba siniestramente desde su único ojo vivo: el izquierdo.
                                                      

"El castigo" es un relato de ficción escrito por Carlos Buganem, uno de los siete autores de San Martín de los Andes (Neuquén-Argentina) cuyos trabajos integran el libro "Arcoíris Patagónico"

domingo, 6 de mayo de 2018

"Lo que Beatriz sabía del mar" (Cuento breve)





En la sección A de cuarto año iban a iniciar el estudio del mar como ecosistema y su importancia histórica, económica y social en la vida de los pueblos.

La profesora había comenzado por preguntar si todos conocían el mar. Varios de los muchachos que no había tenido la experiencia haber viajado alguna vez a la costa, no tuvieron empacho en decirlo. En cambio Beatriz, quien a sus dieciséis años tampoco había conocido el mar, guardó silencio.

 Es que sus compañeras de curso, todas de mejor status económico  que ella, cada reinicio de clases narraban los acontecimientos vividos con sus familias durante los días de vacaciones  en las playas de Mar del Plata, de Miramar o de Villa Gesell que acreditaban con el hermoso bronceado que lucían en sus cuerpos. A Beatriz le daba pudor y por eso se apartaba discretamente del corrillo para no ponerse en evidencia.

En la continuidad de la clase, la profesora de Ciencias naturales, propuso que  preparasen para la semana siguiente un trabajo escrito e individual  dando su punto de vista sobre algún aspecto que evidenciara la importancia del mar en cuanto ecosistema. Esos trabajos - concluyó diciendo-  servirían de disparador para abordar la temática “El mar como ecosistema”

Ese día al terminar la jornada, Beatriz se retiró entusiasmada. A pesar de no haber ido nunca a la costa de ningún mar ni como sus compañeras de curso volver de sus vacaciones con la piel bronceada por los rayos del sol en alguna playa , tenía muy claro sobre que aspecto versaría su trabajo. Ella  se había interesado desde chica por leer e informarse al respecto.

 Quizá muchas de sus compañeras y compañeros no se fueron  tan entusiasmados y hasta se escuchó algún comentario negativo porque a pocos les agradaba escribir y aunque en menor medida poco les agradaba leer, en especial si de libros se trataba. No en vano renegaba la profe de literatura.

Pasada la semana y llegado el día de presentar los trabajos, estos, para satisfacción de la docente, eran muy variados.

Una de las chicas trajo para leer el poema de Pablo Neruda “El Mar” que comienza con estos versos:

Necesito del mar porque me enseña:
no sé si aprendo música o conciencia:
no sé si es ola sola o ser profundo
o sólo ronca voz o deslumbrante
suposición de peces y navíos.

Otra leyó su comentario escrito sobre la importancia de la pesca marítima en la economía y la alimentación de la humanidad.

Un compañero de clase, cuya aplicación a las ciencias sociales era reconocida, se refirió a los dioses de la mitología mencionando a Afrodita Diosa griega  del amor y de la belleza , o venus para los romanos,  hija de Urano  y pintada con maestría por Boticelli en su obra El nacimiento de Venus. Sin dejar de mencionar a Poseidón   Dios del Mar que como lo hiciera con Atenas solía castigar con  inundaciones y tormentas a los pueblos que no lo honraban a su gusto y placer.

Así todos fueron exponiendo sus trabajos, sin faltar las rutas marítimas y el derrotero seguido por los países de Europa que mediante tantas expediciones  descubrieron y colonizaron territorios en África y en América.

Cuando fue el turno de Beatriz,  leyó su trabajo consistente en el comentario de un filme documental titulado “Planeta plástico” referido a la contaminación del ambiente y a cómo los diversos envases plásticos y todo tipo de utensilios fabricados con ese material arrastrados por distintos cursos de agua iban finalmente a terminar en los mares. Así relató escenas aterradoras donde peces y diversa fauna marina confunde restos de plástico con medusas y al ser desmenuzados por el movimiento de las olas y el efecto del agua salada se forma un falso plancton con restos microscópicos de residuos plásticos que afectan mortalmente a la fauna. Y concluyó diciendo:

“ Del mar proceden todos nuestros recuerdos, él nunca se doblega” pero somos nosotros los humanos quienes debemos ayudarlo.

Beatriz, la adolescente que amaba el mar sin todavía conocerlo fue felicitada ese día por la profesora quien prometió traer el filme para verlo y comentarlo en clase.
                                                        -----------------------------------
Trabajo del bloguista , prohibido su uso sin autorización.

domingo, 4 de febrero de 2018

Cuento breve del autor del Blog



El muchacho  alma de barrio  

                 Cuadro serie : Juanito Laguna, del pintor argentino Antonio Berni

Tito era un  muchacho de barrio, nacido y criado en La Paternal. De niño había jugado al fútbol en los baldíos y crecido con sus amigos de siempre. Conocido  y querido por todos, su familia era parte de la historia de aquel lugar donde su bisabuelo, inmigrante italiano, había trabajado de medianero en las chacras. Hoy ya era otra cosa en el barrio donde  Tito había crecido y donde, siendo adolescente  sintió despertar su alma al amor. Una nueva alegría de vivir distinta al futbol y a lo que sentía por sus padres, por sus hermanos y amigos le hizo ver la vida desde un lugar que hasta entonces no había conocido. Mas pronto sobrevino la primera amargura. Fue cuando el padre de su noviecita fue trasladado a la provincia de Córdoba. Entonces Tito vio apagarse la alegría de vivir que había llegado con su breve noviazgo. Y aunque le juró a Emilse ir tras ella no bien pudiera trabajar e independizarse, con el paso de los meses puso su alma en el club de fútbol  procurando entrenar con toda su fuerza y energía. Hizo progresos notables y llegó a ser probado en un club grande de la categoría B. Su afán y expectativas lo animaron a abrigar esperanzas de triunfo. Pero otro desengaño le deparaba el deporte, y no pudo concretar su pase al nivel  profesional. Tito empezó a entender que la vida  era complicada, difícil y no siempre benévola con los muchachos de barrio. 


Bien parecido, aunque no era consciente de esa cualidad, lo que le depararía otro giro a su vida. Habiendo descartado su futuro en el  fútbol, decidió asumir la realidad y pidió trabajo en una fábrica importante de La Paternal. Como ya era su modo de afrontar los golpes de la vida, puso su alma en el trabajo; con ello ganó la confianza de sus jefes y un día lo sorprendió que el dueño en persona lo convocara para que fuera su chofer. Teniendo a su cargo los dos coches importados en que se movían el dueño y su familia, conoció a la esposa y las hijas de aquel. Una de las jóvenes llamada Melisa era realmente hermosa,  de esas mujeres que podía atraer la atención de cualquier hombre, a Tito ni se le ocurrió pensar que ella sí se fijaría en él. La  hija del patrón, en alguna oportunidad en que la trasladaba a la facultad, sutilmente lo indujo a  abrigar esperanzas de  una relación entre ellos. Un día lo invitó a bailar y empezaron a salir. Entonces el joven de barrio, de modesta clase media baja, puso su alma en ser medio amigo o casi novio de Melisa. Nada más que eso, porque no se atrevía a pensar si quiera que la joven, rica y futura profesional, pudiera convertirse alguna vez en su mujer.


Así fue que el día en que asistió citado a la oficina del Jefe, Tito barruntó que el asunto a tratar sería su relación con Melisa. Contrariamente a lo que había supuesto, no fue despedido. El patrón quien lo atendió en persona reconocía sus cualidades de buen empleado  y por eso, le dijo, le ofrecía un cargo de jerarquía en la sucursal   de la empresa en la ciudad de Córdoba. La propuesta era simple, implicaba un ascenso importante y seguramente un futuro promisorio por supuesto, olvidarse por completo y para siempre de la familia del patrón. En caso de no aceptar,  las consecuencias para Tito serían graves: desde el despido, con referencias tan negativas que le sería imposible encontrar otro trabajo, no solamente en el barrio sino en todo el partido y hasta en  la provincia de Buenos Aires.  Además que nadie daría un peso por su vida.  Entendió el joven que ese viejo rico, era ni más ni menos que un mafioso con cara de bonachón. Y sin mucho para pensarlo aceptó su traslado a Córdoba. 
Pasado el duro momento, cayó en la cuenta que alguna vez él, a su primera novia le había prometido ir tras ella. ¿Le daría ahora el destino  la posibilidad de reencontrarse con Emilse?


A esa altura Tito  era un convencido que su vida era como la pelota de fútbol que recibiendo puntapiés va de un lado a otro según el rumbo que quisiera darle el jugador.
Viajó a Córdoba con nuevas expectativas, quizás encontraría a Emilse, quizás podría llevar a sus  padres con él si lograba formarse una posición. Pondría el alma  en su nuevo destino.
Como jefe de la sección mantenimiento tendría operarios a su cargo y hasta una secretaria que lo asesoraría en los vericuetos administrativos. Su tarea sería cómoda y bien paga. Pensó que al final y aunque no se hubiera jugado por poner el alma en la naciente relación con Melisa, las circunstancias lo habían ayudado y el padre mafioso no había sido tan malo después de todo.

Ya en Córdoba se asombró con las bellas iglesias y los edificios históricos de la ciudad "docta" e su país. cuando  se hizo presente en la fábrica el gerente  lo recibió con medida amabilidad. Después de la conversación protocolar y las recomendaciones generales le pidió que no dejara de consultarlo ante cualquier duda que tuviera en su nuevo rol en la empresa y acto seguido  le anunció que   lo acompañaría a su oficina donde ya se encontraba la que sería su secretaria. 

Al entrar, detrás del gerente, Tito sintió que un frío paralizante le recorría el cuerpo. Reconoció de inmediato a Emilse en la joven que se ponía de pie para recibirlo. Aquella adolescente que fuera su novia en La Paternal, diez años atrás, estaba convertida en mujer. ¡Vaya si era una mujer!
No escuchó nada más hasta que el gerente buscó su mano para augurarle éxito antes de retirarse. El fuerte apretón lo trajo a la realidad. Balbuceó - ¿Cómo estás? Y ella – Bien. ¿Y  vos?
Siguió un silencio que sería muy difícil de remontar.
 Para qué preguntar nada si con solo mirar a la joven que acababa de ponerse de pie, Tito supo que no debía abrigar esperanzas de recuperarla. El cintillo en la mano izquierda y su abultado vientre bajo el vestido futura mamá, eran por demás elocuentes.

Otra vez, como en el fútbol la vida lo había pateado. El muchacho de barrio debería buscar otra meta por la cual luchar poniendo el alma.
---------------------------------------------< * >------------< * >----------------------------------------------

martes, 23 de enero de 2018

CUENTO BREVE


La Chinita  


Era una jovencita de rasgos aindiados  común de ver formando parte de la servidumbre en las casas de familias favorecidas por la fortuna, en las estancias argentinas.

Desde que tenía memoria  la Chinita había vivido en el casco de la estancia, una antigua casona  que ocupaba desde tiempos inmemoriales la familia propietaria. Junto a ellos en un pabellón destinado a las sirvientas, dormían tres o cuatro mujeres que hacían las tareas domésticas. Nunca se preguntó si había nacido allí. Su madre, ya muerta, nunca le habló de sus antecedentes. Ella tampoco le preguntó. Le hablaba poco en realidad y lo que le hablaba era sobre las tareas doméstica en la casona: La chinita sólo sabía de trabajar de la mañana a la noche. Además de las tareas de todos los días un cronograma estricto regía su actividad. Los  martes coser y planchar la ropa que había lavado el lunes; los miércoles amasar para después hornear pan y freír tortas; los jueves repasar muebles y limpiar vidrios; los viernes trapear los pisos de mosaico de la cocina y lustrar el de la enorme sala y del dormitorio del patrón que eran de madera; los sábados desyuyar la huerta y otros cuidados de  las plantas del jardín.
Los domingos, de mañana sólo debía llevarle el desayuno al patrón  en el dormitorio y preparar el almuerzo que le servía al mediodía. Por la tarde, después de lavar los utensilios  quedarse en su cuarto, inactiva. Ese era su descanso.

Una vida rutinaria y monótona  pero, como no conocía otra, no renegaba de la suya.

Ahora, ya  huérfana, dependía del patrón, un sexagenario viudo a quien ella, heredando el rol de su madre, debía cuidarlo, acompañarlo, atenderlo en todo. Para eso estaba en el mundo.

La chinita  nunca salía de la casona más allá del jardín y la huerta que la rodeaban; ni hablaba casi con  nadie; casi, porque dos años atrás recién muerta su madre, uno de los peones que por excepción  se acercaba para  traer leña trozada y dejarla en la galería posterior, le dirigió la palabra,  motivo por el cual el patrón le arregló las cuentas y lo despachó ese mismo día de la estancia. 

La Chinita seguramente ni se dio cuenta que aquel gauchito de ojos brillantes tenía algún interés en ella. Coincidentemente, en aquel tiepo el patrón comenzó a requerirle un nuevo servicio íntimo  que la chica, en su inocencia,  no sabía de qué se trataba…tan insensible a todo eran su alma y su cuerpo, sólo habituados al trabajo y a una vida ascética y estoica en que la habían educado los que la rodeaban, desde su madre, hasta el patrón y alguna otra sirvienta temporaria. Nunca nadie se había condolido de la pobre Chinita.

Cuando ese día encontró al hombre patrón –amo-padre-marido, frío en el lecho, no sintió nada…Ni pena, ni alegría, ni curiosidad, ni siquiera sorpresa. Dejó la taza de mate cocido y el pedazo de pan tostado en la mesa de luz y comenzó a trapear los pisos de la cocina…Era viernes. 

( Escrito por C. O. Buganem)





miércoles, 10 de enero de 2018

CALANDRIA AMIGA (Del libro Arcoiris patagónico)




CALANDRIA AMIGA

 Espero  oírte                                                      Augurándome           

 en cada alborada                                         que tendré un buen día

 trinando feliz.                                               Despiertas mi fe.     











                              

                                        

           

 Don Elías, campesino y labrador , padre de familia,  oía cantar las aves muy temprano en el valle patagónico , en especial al amanecer, el canto claro y bellamente armonioso  de una calandria, encendía su ánimo para emprender la dura jornada que dedicaba a trabajar la tierra.
El hombre sensible a esa música armoniosa, con los años y a pesar del endurecimiento devenido de su trabajo, dificultado por los factores climáticos, se fue sensibilizando a esa dulce música que emanaba del canto del ave criolla.
Era como si cada rancho del Paraje punta de Agua, tuviera su propia calandria, que siempre se posaba para cantar en un mismo lugar. En la casa de Elías lo hacía en uno de los palos de sauce que servían de sostén a la enramada.
En tantos años, fueron contadas con los dedos de una mano, los días en que no  escuchó, al amanecer, el canto familiar y estimulante de la calandria. Elías los recordaba muy bien. ¿Cómo podría no recordarlos si la primera vez fue en los inicios de sus años como pionero de ese valle, cuando el fuerte viento arruinó la cosecha y levantó el techo de la humilde casita.  Otro tanto había ocurrido el día en que vinieron a notificarle que el banco prendaba su pequeña chacra, por deudas. Eso había sido el año en que la helada temprana quemó los sembrados.  Algo semejante había ocurrido cuando las lluvias torrenciales causaron el desborde del río y las turbias aguas se llevaron  la cosecha.
Y, finalmente tampoco cantó la calandria el día en que vinieron sus hijos, ya hombres a comunicarle que su compañera de toda la vida, por semanas internada en el hospital del pueblo, había partido de este mundo.
-Estoy viejo y tonto, ¿O es la memoria que me falla y me hace pensar que las cosas pasaron en forma distinta a la realidad? Así pensaba aquella mañana al despertarse, de madrugada y en silencio, solo en su cama, esperaba oír el canto de su pequeña amiga alada. Estaba preparado, desde que perdió a su compañera y tenía la certeza que el próximo día que no cantara la calandria, sería la señal que era su momento de partir. Y fue así. Esa última mañana Elías no escucho el canto melodioso y entonces se levantó con esfuerzo, ordenó la cama, se vistió con sus mejores ropas, peinó sus blancos cabellos y se sentó, con la pava y el mate más la compañía fiel del  perro, a esperar bajo la enramada.
Allí lo encontraron, al día siguiente, como dormido.  En el momento de depositarlo en su última morada,  hijos y amigos apenados,  recordando las virtudes del difunto, no repararon en la pequeña ave canora que, a manera de responso cantó su despedida desde un viejo sauce cercano.

2015

martes, 2 de enero de 2018

TANINO (Cuento)


La imagen pertenece al sitio www.regionlitoral.net

Tanino

Era el año mil ochocientos setenta y dos, cuando en el muelle de La Boca, un barrio de la cosmopolita ciudad de Buenos Aires, un obrero curtidor había notado que, alrededor de los duros postes de quebracho, el agua tenía un color rojizo e indagando más, percibió un fuerte olor a tanino, la misma sustancia que él utilizaba en su pequeño taller de curtiembre.

Por esos años, en el bosque chaqueño, un viajero francés, había descubierto para la curiosidad europea , lo que los nativos de esa región, sabían desde siempre: la savia del quebracho servía para curtir los cueros con que hacían su calzado y otras prendas..

La novedad trascendería prontamente, tal vez favorecida su difusión por la exposición Forestal Mundial que tuvo lugar  ese año en Buenos Aires.
*
Muchos años después, en Villa Guillermina, una joven criolla, bautizada con el nombre de su pueblo, iniciaría un romance y su vida futura empezaría a transitar los insondables senderos que el destino le había deparado.  Juan, su padre, era obrero de La Forestal. El hombre estaba satisfecho de pertenecer a esa gran empresa a pesar que el salario, de por sí escaso, se lo  pagaban  casi todo en vales.

La joven se puso de novia con Ramón, que no pertenecía a los que trabajaban con los ingleses. Esta diferencia entre los que pertenecían y los que no, fue motivo de encono entre las familias. Pero, el amor pudo más y a pesar de existir esa división de clases, Guillermina y Ramón formaron su familia.

La empresa La Forestal era como otro territorio, una propiedad inglesa dentro de la Argentina avocada a talar árboles y con pueblos, caminos, vales a manera de plata y sus propias reglas.

 Las familias nativas, como era la de Ramón, le tenían pica a la empresa desde cuando el gobierno,   en pago de  una deuda de muchas libras esterlinas, entregó a los ingleses dos millones de hectáreas de campos boscosos poblados principalmente  de quebracho colorado.  Los nativos de origen, que desde sus ancestros cazaban, pescaban y comían los frutos sin tomar más que lo necesario para vivir; vieron reducido su trabajo de pequeños criadores. Por entonces, una abuela de la comunidad que veía el futuro,  había sentenciado:

-Van a desaparecer mulitas, carpinchos, tucanes, hasta osos hormigueros van a desaparecer, si siguen cortando árboles como lo están haciendo.

Y era verdad, hasta un ferrocarril propio instaló la empresa para acarrear los rollizos al puerto de Santa fe.

La Forestal que, pasando el tiempo sería un flagelo ecológico, se había iniciado en mil ochocientos ochenta y cuatro, con la llegada de la empresa; fundarían cuarenta pueblos cuyos habitantes eran los obreros a quienes, a manera de dinero, les pagaban con vales para que compraran todo lo que necesitaran en los almacenes de la misma empresa. 

Pero nada es para siempre y en mil novecientos cuarenta y ocho, cierra la primera de las fábricas, dando inicio a un proceso de desmantelamiento que culminaría en el sesenta y tres. Quedaba atrás un territorio desertificado, desocupación y conflictos laborales con la consiguiente represión por parte de las fuerzas del gobierno. 
*
                                                             
Pueblos fantasmas fueron quedando cuando las familias emigraron y entre ellos Ramón, Guillermina y sus cuatro hijos. Se fueron a Buenos Aires en busca de una vida mejor. Los  recibió un pariente y con su ayuda se instalaran en una Villa cerca de La Boca.

En la escuela de la Villa, la maestra habló del cambio climático y de sus causales sin saber que habían comenzado muchos años atrás y justamente los bisabuelos de esos niños  se contaban entre las primeras víctimas, allá en las lejanas llanuras chaqueñas. Otro día, la señorita llevó a los alumnos a conocer La Boca, sus pintorescas casas de chapa pintadas de vivos colores y hermosos murales, entonces les  habló de quien era el motivador de tanto colorido en ese barrio, un pintor que vivía allí, llamado Benito Quinquela Martín. Visitaron el antiguo puerto…Y los niños no sabían que en esos muelles de gruesos troncos, casi un siglo antes, un obrero curtidor había descubierto que esa madera daba una sustancia básica para el  tratado de los cueros.
Sobre sus cabezas pasó un enorme Jet atronando el aire con el ruido de sus turbinas y los niños no sabían que era uno de los miles de aviones que en ese momento surcaban los cielos de todo el mundo, movidos por combustible de origen  fósil y contribuyendo al calentamiento global.
El día antes, en el aula, la señorita les había enseñado distintas formas de cuidar el medio ambiente y como digno corolario los niños copiaron en sus cuadernos con letra muy clara, prolijamente y sin errores de ortografía, la conocida frase  del  Gran Jefe Indio de Seattle, que bien pudiera  haber salido de la boca del  bisabuelo de Ramoncito:
“Sólo después de que el último árbol haya sido cortado, sólo después de que el último río haya sido envenenado, sólo después de que el último pez haya sido pescado, Sólo entonces, el hombre descubrirá que el dinero no se puede comer.”
                                                        ***COB***
La llanura chaqueña existe y estuvo poblada de bosques  autóctonos, después de su tala indiscriminada quedó transformada en un desierto. Por eso si bien en este cuento de mi autoría los personajes son ficticios, la depredación de esos bosques , son una lamentable realidad.