miércoles, 8 de enero de 2020

LA APARICIÓN




-De pronto tuve la sensación de haber estado allí antes.

 ¿Lo había visto en sueños? Podía ser.

Aquella pared de rocas a pique, como la palestra de la plaza de mi infancia, pero mucho más grande. Finos hilos de agua formando cascadas descendían desde lo alto de aquella pared rocosa y enormes helechos, como estrellas de un verde encendido jalonaban el conjunto completando una escenografía fantástica.

Entonces vino a su mente el relato de su abuelo, que había calado fuerte en la mente de Esteban, por entonces un adolescente. Muchos años antes siendo muy joven,  el abuelo  había escuchado el relato de una vieja nativa de la comunidad asentada en las estribaciones de los Andes, al pie del Tupungato, que hablaba con certeza de la existencia de un lugar al que llamaban “paraíso” en su lengua, donde un cerro a pique de pura piedra , las cascadas que nacían en  fuentes de aguas milagrosas y los bellos helechos eran el lugar donde habitaba una hermosa nativa- la primera mujer- había dicho la anciana, cuyo propósito era seducir a los hombres mozos que llegaban a ese lugar, con el propósito de perpetuar la raza.

Ya adulto, Esteban se convirtió en explorador incansable y amante de los paisajes de su entorno. En una de sus excursiones se había sentado y mientras contemplaba arrobado ese escenario, recordaba el relato escuchado a su abuelo y las imágenes de un sueño. Le quedó claro que aquel escenario le llegaba como algo que se le había aparecido antes en un sueño y ahora él se encontraba dentro de lo que tal vez fuera realidad o acaso se tratara de otro sueño. Esa era su duda.

Siguió recordando el relato que la anciana le había hecho a su abuelo y que le habían transmitido a ella sus padres y a estos sus abuelos:  ese relato decía que los hombres que entraban a los dominios de la divinidad y presa de la lujuria se rendían a sus encantos, luego de consumado el coito, los sacrificaba arrojándolos al abismo de donde jamás saldrían con vida y sus espíritus encarnarían en el hijo gestado en aquel fantástico lugar.

En tanto los hombres que por recelo o falta de interés no tomaban el fruto fértil que la bella mujer les ofrecía, eran dejados marchar pero no recordarían el trance vivido frente a las rocas a pique surcadas de hilos de agua y engalanadas por el verde vivo de los helechos.

Esteban no recuerda haber visto a la seductora mujer pero intuye que estuvo muy cerca de ella, que percibió su aroma mezcla de apetitosos frutos, que estuvo a punto de dejarse seducir y que en el último instante una fuerza lo impulsó a correr para alejarse de ese lugar de ensueño.  Por eso cuando él quiere narrarlo o le preguntan, solo atina a decir que, de pronto, tuvo la sensación de haber estado en ese lugar antes… ¿Lo había visto en sueños? Podría ser… Pero a partir de allí era en vano esperar que contara algo más. Simplemente porque no recordaba nada más.

                          Paisaje de Caviahue, provincia de Neuquén, Patagonia  Argentina.