jueves, 31 de agosto de 2017

"ARCOIRIS PATAGÓNICO"

Fragmentos del cuento "Alba Rosa Siboldi" escrito por Beatriz Bebagna y que forma parte del Libro: ARCOÍRIS PATAGÓNICO" Siete autores de San Martín de los Andes, cuentan.

Alba Rosa Siboldi, era periodista de "Dove", revista dedicada a publicar sobre ambiente, Cultura y turismo de Italia y de Francia. Ese domingo, su columna hablaba sobre la economía de Iesi, una localidad agrícola de la provincia de Ancona, región de Lemarque de donde ella era oriunda.
La noticia lo ameritaba. Su nota sobre la muerte de Catalina Valdescci Leconte sorprendió a la comunidad de terratenientes vitivinícolas y aceiteros. Viuda de Giussepe Corradi, esta gran familia era amosa por sus productos de exquisita calidad que se exportaba a todo el mundo.
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Aquella mañana fresca y diáfana dos días antes, el jardinero de la familia había encontrado a Catalina Valdescci tirada en el suelo terroso del invernadero. estaba aun viva.
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Era una tarde maravillosa con un atardecer límpido, dorado y lila. El sol ya se estaba apoyando en el horizonte. Volvió su cabeza para ver una vez más el magnífico palacete medieval recortado en ese marco despampanante y se estremeció.
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Escribió en el prólogo la periodista y escritora Graciela Vázquez Moure: "Beatriz. Nunca lo había intentado y se descubrió a si misma y sorprende con sus historias fantásticas y de ficción. Maravillosas, es el despliegue de una gran creatividad. La atmósfera de sus cuentos demuestra que vive esa ficción cuando la lleva a la hoja en blanco."
En el libro que hoy nos ocupa, podemos encontrar otros títulos de Beatriz Bebagna, ellos son:"Arte y pasión", "Astillas de plata pulida","El coro", "El Incendio", "El mito", "Eudoxio","Imagen", "Soledad" y "Premonición"


jueves, 24 de agosto de 2017

Ejercicio de narrativa breve ( Alhue: Espíritu)

Salvador 
Bernardo no vivía tranquilo. Faltaba poco para que se cumpliera el primer aniversario de su casamiento con Azucena. Él intuía algo que ella no mencionaba  pero que también la preocupaba.

Por las noches, entre tantas dudas y pesares que lo desvelaban, solía preguntarse qué le hubiera dicho  su madre, si viviera,  ante su precipitado anuncio de casamiento.

-Por qué ese apuro por desposar a una desconocida de la ciudad.  Acaso sabes con qué propósito ella lo hace. No será una aventurera, interesada en tu fortuna de estanciero patagónico.

Cuando estaban juntos, él sabía que el amor de ella era sincero. Pero entonces, por qué esa preocupación, esos pensamientos y las dudas que lo acosaban no bien se alejaba de su lado.

Venciendo prejuicios decidió consultar a Alhue, la machi del lugar, que vivía desde que él recordaba en campos de los mapuches linderos a su estancia.

Se llamaban amigos aunque solo la  visitara muy de vez en cuando por una costumbre de buena vecindad. Alhue era muy visitada por gente del paraje y también del pueblo cercano. Nunca antes Bernardo había tenido necesidad de pedirle que lo ayudara. Se  decía que la machi influía a través de espíritus de sus ancestros, tanto para hacer el bien como para lo contrario.

Aprovechó una de sus habituales salidas a recorrer el campo. Dejó la camioneta en un puesto y montó a caballo para ir a ver a la machi. Llegado al rancho, corrieron a ladrarle tres o cuatro perros y Ceferino, el joven hijo de la mujer, los salió a ahuyentar   antes de saludar cordialmente al visitante. Se alegró de verlo. Aunque era un huinca, Bernardo era de llevarse bien con los vecinos, igual que lo había sido su padre. Ya en la penumbra del rancho, su  amiga lo recibió también con beneplácito y de sólo mirarlo  supo que esta vez el blanco venía en busca de ayuda. Tomó su mano izquierda mientras conservaba en la comisura de los labios, el cigarro de tabaco en hebras “Caporal”, armado por ella misma. Finos espirales ascendían desde la brasita del tabaco  y se mezclaban con el humo de unos leños semi encendidos  que se consumían en el fogón.

La anciana,  entrecerrados los ojos, miró varias veces en forma alternada al hombre, al que conocía desde niño, y a una imagen de Jesús que tenía colgada en la pared. Por fin dijo:  Dos fuerzas te modificarán la vida amigo. Una muy oscura que te acecha por medio de una mujer, cuidate por ese lado...Cuidate mucho.  La otra fuerza es luminosa y cambiará tu vida por medio de un varón, muy cercano  también, pero al que no conoces.

-Ayudame, amiga.

-Lo haré, no temas, pero estate siempre alerta.

Ceferino, quien desde un rincón había seguido el encuentro. Acompañó a Bernardo hasta el caballo y al volver la machi le preguntó:

-¿Percibiste lo mismo que yo?

- Creo que sí- respondió el aprendiz.

-Se me cruzó un nombre- Dijo la anciana.

- Salvador –  concluyó el joven.

Tres meses después, justo en el día aniversario de su casamiento, Bernardo, volviendo de Zapala,sufrió un grave accidente en la ruta. El peritaje evidenció que los frenos de la camioneta habían sido estropeados por desconocidos. Lo auxilió un joven de quien después se sabría que era hijo natural suyo. Y aunque la fuerza  oscura le dejó graves secuelas en el cuerpo, la fuerza luminosa lo reencontró con aquel hijo de su juventud que el entorno familiar le había negado conocer en el pasado. Y eso fue lo máximo. Reemcontrar a Salvador fue, ¿qué duda cabe? lo que le reconfortó el alma por el resto de su vida.-
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( Este cuento, escrito por Carlos Buganem, en el taller literario coordinado por la escritora y periodista Graciela Vázquez Moure.  San Martín de los Andes, 23 de Agosto de 2017)

viernes, 4 de agosto de 2017

Relato de mi autoría. La Metáfora


La Metáfora  (1)

¿Alguien Sabe qué hora es? Era la pregunta que hacía Juan  Pardo   y  a veces alguien le respondía. Entonces él aprovechaba para entablar una conversación, porque ese era el propósito de su pregunta: hablar con alguien. Tan solo se sentía el viejo Juan  Pardo.

Si el consultado estaba lejos, él se acercaba pretextando no haber oído: - Disculpe. ¡Qué hora dijo? Y cuando el otro le repetía él, que ya estaba al lado, se ponía a explicar lo que nadie le había preguntado. Solía comenzar con una frase tipo: ¡Ah, Qué bien! Llegaré a tiempo porque voy a… Y ahí nomás inventaba una historia. A veces contaba que iba a la clínica para conocer a su nietita, que su hija había dado a luz esa misma mañana. En otras ocasiones decía que iba a retirar los resultados de sus análisis de rutina. Y para darle dramatismo agregaba -Nunca se sabe en qué momento aparece la señal de una enfermedad grave; después de todo uno ya tiene muchos años encima y va siendo hora…-Remataba con una risita estudiada.

La mayoría de las veces, los ocasionales transeúntes no le prestaban mayor atención y continuaban con sus meditaciones o su apresurado paso. Pero,  de vez en cuando, Juan Pardo  lograba que alguna persona le siguiera la conversación. Las salas de espera, ya fuese en las estaciones de ómnibus o en hospitales era donde tenía mayores posibilidades de  encontrar un oído solidario.

No le gustaba contar hechos de su propia vida y prefería inventar a su gusto y paladar las historias y ver cómo eran recibidos los pasajes de su relato por los ocasionales interlocutores. Algunos, cuando la historia se tornaba dramática, argumentaban urgencia de retirarse por temor a que la perorata desembocara en un pedido de ayuda económica. Sin saber que no era la finalidad de Juan.

Ocurrió alguna vez que, traicionado por su subconsciente se sorprendió relatando algún pasaje de su vida y al percatarse de ello se ruborizó pensando que estaba desnudando su alma ante alguien desconocido. En una de las raras oportunidades, en que sin proponérselo, hablaba de su realidad,  había avanzado mucho para volverse atrás y se sorprendió contando la profunda depresión que lo había afectado cuando tuvo que separarse de Magdalena, la que había sido su mujer.

-Lo siento muchísimo. - dijo la que lo escuchaba, pero, se me termina el tiempo, está entrando a la estación el tren que me lleva de regreso a casa, vivo en Wilde y es el último tren esta noche.  Disculpe…¿Pero, por qué me cuenta esto siendo que somos desconocidos?

-Porque No soporto las horas que caen silenciosas como gotas de agua por  un vidrio. -La mujer asombrada de la frase inquirió el por qué una vez más. Y Juan, entonces, terminando de poner su alma al desnudo le respondió:

-  Porque son como la metáfora de una vida, la mía, que silenciosamente se desliza hacia el abismo de la muerte.

La mujer, le dio un beso en la mejilla. Luego, apresurada, corrió hacia el andén.

 (1) Este cuento de mi autoría lo escribí como trabajo del taller literario 2017 que dirige la escritora y periodista Graciela Vázquez Moure, fue leído en dicho taller el día:02/8/2017. Prohibido el uso y reproducción del texto sin mi permiso.-Carlos O. Buganem.


Julio 2017