jueves, 31 de octubre de 2019

Lo que Yaro nunca supo


Lo que Yaro nunca supo



Cuando Yaro creció pudo saber de boca de otros niños la historia de una mujer que años atrás se fue de la aldea con un inglés que vendía relojes. Lo supo porque de allí procedían algunos relojes que todavía quedaban en poder de ciertas familias, y que las mujeres jóvenes que los recibían de sus madres como herencia preciosa los lucían aunque en realidad no indicaran la hora porque no funcionaban.

Lo que no sabían los jovencitos es que esa mujer, llamada Zina había sido libre como un ave. Sus iguales trabajaban para mantener a sus familias labrando la tierra, criando hijos, elaborando la comida y todas las tareas imaginables ya fuese para ayudar al hombre, cuando tenían uno, o siendo cabeza de familia. Zina en cambio se dedicaba a pasear, bailar en las fiestas y vivir romances con hombres de su aldea y de aldeas vecinas. Su actitud, mal vista por las otras mujeres llegó al colmo cuando Zina tuvo un hijo y a poco de parirlo lo dejó al cuidado de su madre para seguir su vida libre y aventurera. Conoció a un inglés que recorría las aldeas vendiendo relojes y se enamoraron. Alexander se llamaba y vendía vistosos relojes de pulsera, todos de hombre, de metal brillante, podía creerse que eran de oro. Pocos relojes había hasta entonces en pocas casas y menos eran los que lucían en sus muñecas algunos hombres, no era práctico usarlos en las rudas tareas y tampoco le daban demasiada importancia a los horarios. La gente se guiaba por la salida y puesta del sol y el su recorrido de este por el límpido cielo africano. Así que no tuvo demasiado éxito el relojero Alexander y cuando decidió partir en búsqueda de mejor mercado para sus relojes se llevó con él a Zina, luciendo ella un hermoso reloj en su muñeca. Era la única que tenía este adorno, las demás mujeres no podían darse el lujo de pagarse un reloj. Otras necesidades elementales tenían para gastar el poquito dinero que  llegaba a sus manos,  por lo general subsistían con el trueque.

Antes de partir Alexander había descartado un lote de relojes que no pudo reparar y Zina como despedida se los regaló a mujeres que conocía. Ellas también los usaron imitando a Zina. No sabían leer la hora y no les interesaba que esos relojes no funcionaran, pero les gustaba lucirlos como adorno.



El pequeño niño abandonado, al que su abuela puso el nombre de Yaro, creció sin saber de su madre verdadera, él siempre tuvo por tal a quien en realidad era su abuela. Ya adolescente supo, como todos en la aldea, la historia de aquella mujer pero jamás sospechó que era la historia de quien   le había dado la vida. Tampoco nadie se lo dijo. ¿ Para qué? Si en la moral aldeana Zina no merecía el título de madre ni mucho menos nublar la felicidad del buen chico que era Yaro.



Zina (La diosa espíritu) Yaro (hijo)