domingo, 24 de diciembre de 2017

Cuento en la Navidad


"Qué fue de Mercedes Alvarado" (*)

                                                                 Imagen de Todocolección.net

Cuando el antiguo reloj de carrillón dio las doce campanadas en la noche de esa navidad, Mercedes Alvarado entendió que era otra mujer. Al fin en paz con su conciencia apuró su copa de champan, de la última botella de Dom  Perignon. Todavía antes de retirarse vació en el lavabo lo que quedaba en la botella y la arrojó al balde de residuos. 
Era el final de un proceso que había comenzado tres años antes cuando decidió dejar su exitosa carrera de actriz. Siempre había tenido en el subconsciente la idea de no  dejarse ver por el público en la declinación de su vida. Su decisión coincidió  con el día en que su exmarido, famoso director de cine, le había anunciado que se separaría de ella. Después  supo que lo hizo   para unirse a una actriz joven, revelación del año. -¡Como si la juventud fuera contagiosa!- Pero allá él.  Mercedes ya había notado que juntamente con estar llegando al medio siglo de vida, las primeras señales de vejez se insinuaban en su cuidado cuerpo y en su famoso rostro.
Hubiera podido buscar revancha enredándose con algún joven del ambiente. Era muy bella aun y contaba con una cuantiosa fortuna que sería de gran atractivo para más de un galancito. Pero como siempre fue su actitud en la vida, primó su dignidad a pesar de saber que elegía el camino más difícil y cruento .
Dos años antes, cumplidos todos sus contratos y asesorada por su amiga y representante Marisa Artana, había adquirido una finca en aquel pueblito de la costa, no tan alejado de la perla del Atlántico pero lo suficiente como para mantenerla en el anonimato. Nadie debía saber, en especial la odiosa prensa de espectáculos, cuál había sido el destino de la famosa Mercedes Alvarado.
Un año atrás había dejado Buenos Aires sin que nadie se enterase y ocupó la casona de la finca adquirida en la costa. Marisa le había conseguido un ama de llaves asegurándose de su discreción. Antes de despedirse de Mercedes le sugirió que se contactara con un grupo de damas, una especie de club de canasta que se reunía para hacer, además, obras benéficas. La reacción de la actriz fue tremenda y le prohibió terminantemente que volviera a hacerle otra sugerencia por el estilo. Al despedirse le pidió que no se comunicase con ella pero, ante las protestas de la fiel representante y  para tranquilizarla, le aseguró que en  la eventualidad de necesitarla ella se comunicaría.  
Ya en su refugio, con la sola compañía de su ama de llaves que cada día se presentaba a cumplir las tareas de la casa y del jardín. La otrora gran actriz volvió a dedicarse a la pintura,  arte en el que  había incursionado  en su temprana juventud, antes de  que todo su tiempo fuera absorbido por su competitiva profesión. También recurrió a la lectura y a la música para compensar el enorme cambio de su vida de la vorágine de la ciudad a esta calma agobiante del retiro. 
Mas sus quehaceres no lograban darle tranquilidad a su alma. Su mente se empeñaba en traerle a la memoria actitudes mezquinas de los tiempos en que estaba en la cumbre de la fama. De los viajes con su exmarido cuando retaceaba las propinas a las mucamas en los hoteles de lujo y a los mozos de los distinguidos restaurantes que frecuentaban. Entendió que aun sabiendo del aumento del porcentaje de pobres en los suburbios de las ciudades que visitaban, empezando por Buenos Aires, nunca ella ni su marido habían aportado un centavo para beneficencia.  Como si su principal objetivo fuera obtener éxitos y acumular fortuna. 
Con el paso de los meses, esos ingratos recuerdos de sus vigilias, empezaron a aparecer en sus sueños y recurrió a Marisa para que le consiguiera los   somníferos con que afrontar sus noches. Se preguntaba por qué su vida habría estado signada por ese afán de acumular dinero. Y fue en un atardecer en que extrañamente la invadió una suave calma, mientras estaba tendida en uno de los mullidos sillones teniendo al frente un gran ventanal que le permitía ver el  océano, cuando entre brumas encendidas por el arrebolado  ocaso, divisó una rara embarcación, de características egipcias.  Los tripulantes vestían ropas de militares unos y  ricos atavíos los otros a la vez que más  hombres y mujeres vestidos con andrajos hacían las tareas propias de los sirvientes. Se vio ella entre esas mortificadas mujeres sufriendo sed, hambre y un calor infernal. Sentía en carne viva el colmo del sufrimiento y desesperada  corrió hasta la borda para  arrojarse a las aguas.  Después pudo ver, desde un plano superior en altura, como su cuerpo era devorado por tiburones y las aguas quedaban teñidas  con su sangre. Entonces la inundó una luz muy blanca a la vez que aliviado su sufrimiento la envolvió una paz como nunca había conocido. Entendió que había muerto. Acababa de conocer su final en una vida anterior.

Sintió que una revelación le había ayudado a poner en orden su mente: era por eso su afán por acumular riquezas en su vida actual. Cuando reparó en que estaba rodeada por la oscuridad supo que la esperaba una larga  noche sin sueño.
Al amanecer el nuevo día ya había resuelto y planificado qué haría con su vida y con su fortuna. Era mediados de octubre y faltaba poco más de dos meses para la Navidad. Llamó a Marisa y le encareció que viajara lo antes posible a reunirse con ella. 
En vano la fiel amiga trató de disuadirla. Mercedes Alvarado había tomado la decisión  de desaparecer para siempre. Tomaría los hábitos de las  Carmelitas Descalzas en el convento de San Bernardo, en Salta. Respecto de sus bienes, indicó que para esa navidad se obsequiaran pinitos, con luces y regalos para todas las familias indigentes de las villas y asentamientos de la comuna de General Pueyrredón. Sobre la finca y vivienda determinó que se  destinaran a Hogar  y tratamiento de enfermedades de mujeres solas y de sus pequeños hijos de hasta dos años.  
Así lo gestionó azorada y sin poder creerlo, la fiel Marisa Artana, ante la escribanía a cargo del Registro número uno de la ciudad.
Por eso fue que en la nochebuena, transcurridos diez minutos escasos del día 25 de diciembre, quien fuera Mercedes Alvarado dormía plácidamente y por última vez en la lujosa casona que había comprado para su pretendido retiro.
En sueños sonreía viendo un corso interminable de niños cada uno con su colorido arbolito de navidad, Tal como ella lo había dispuesto.

(*) Los hechos y personajes, de este cuento, son ficticios.-

viernes, 8 de diciembre de 2017

AL CAER LA NOCHE

Un cuento de mi autoría (del libro "Arcoíris Patagónico")


                       
I
Dentro de un momento, con la primera estrella, caerá la noche sobre la escena del mundo. Y en un barrio cualquiera de los suburbios de una  ciudad, de un país  equis, entrarán en acción  diversos personajes:  la prostituta, el noctámbulo,  la  travesti, varios chorros, más indigentes, los policías de la patrulla, el sereno del estacionamiento,  el novio formal, la novia del novio formal, los tahúres,    los vendedores de drogas, y el Barman de “Ilusiones Nocturnas”, un  restó bar de dudosa fama que permanece abierto merced a las sumas del más sucio dinero con que el  propietario lo  adorna al jefe de policía.

Sisí, la trotacalles, tiene su zona de trabajo y Lulú, la travesti que  oficia de lo mismo, también la suya. Ambas respetan la zona de la otra y se cuidan de no invadirla a riesgo de salir muy maltrechas o algo peor.

Juan el indigente se cruzará con las dos y extenderá  la mano por una moneda que casi siempre llega pero que esta vez no disponen porque es temprano todavía.  Justo es decir que las monedas, habidas por las chicas, llegan a las manos del pordiosero  con más frecuencia de lo se pueda  imaginar. Ellas saben lo que es el hambre.

El agente de policía, viaja en bondi y uniformado desde su casa en otro barrio, para estar a la hora en punto en su puesto de la calle lóbrega por mal iluminada. En tanto  Juan  Novio quien  ha llegado del trabajo a casa de sus padres y después de ducharse comerá un poco y apurado a instancias de su  buena madre, antes de salir  corriendo, porque pierde el colectivo que lo llevará al barrio sur, dónde vive su prometida.  Esa noche irán a ver una cinta romántica en un cine del centro.

Juan Barman,  aprontará sus medios de trabajo en la barra, la máquina cafetera a que necesita un tiempo de precalentamiento antes de estar a punto para  expulsar el vapor que calentará las tazas y el agua caliente que pasa por los filtros para preparar la infusión más pedida cada noche; los pocillos para el café, los vasos y las copas para las distintas bebidas desde el vino a los licores. Mira su reloj y piensa que pronto llegará Juan Mozo, su nexo  con los clientes  que se ubiquen en el salón.

Al mismo tiempo en un conventillo del suburbio más alejado e insalubre Juan  Hurto recién se levanta y se toma unos amargos antes de ganar la calle porque  con la primera estrella y la consiguiente penumbra  ambiental se iniciará  la parte más propicia para su medio de vida : el choreo.

En tanto en un departamento de mediana calidad,  se da una ducha Juan fullero, el que más tarde iniciará su gira en búsqueda de mesas con tapete verde donde  tentar a la fortuna en la timba ya sea a los dados o las cartas del póker según el target de sus ocasionales contendientes. No tanto por el azar como por la habilidad tramposa de sus dedos. Pasará primero por el restó bar para enterarse por el mozo si habrá ambiente esa noche.

Juan Nocturno también ha salido del trabajo. Cuando todas las estrellas se distingan en el cielo , entonces  por hábito y costumbre se aprontará para salir esa noche como casi todas , a veces con los amigos y a veces solo, a caminar sin rumbo fijo en procura de lo que la calle, siempre pródiga en ofertas, le ponga al alcance de sus ansias de diversión.

A la vez, o acaso antes, que la demanda no tiene horarios, Juan Raviol saldrá temprano con la inocente mochila que lo asemeja a un laburante de regreso a casa, o mejor aun a un estudiante adulto en camino a clases nocturnas. Aunque no sean, precisamente, libros lo que carga. 

II
Ya ha aparecido una luna rojiza en el  horizonte,  que todavía no se divisa desde las calles, cuando Sisí se cruza con Juan Novio que ha bajado de un bondi, ella ve en él un posible cliente e intenta un sugestivo: - Hola guapo- que el hombre ignora y la mujer , sin inmutarse, sigue su lenta y sensual caminata.
 En el Restó Bar  Juan Barman cambia unas palabras con Juan Mozo que acaba de llegar y se dará una vuelta por la cocina para enterarse si hay algo nuevo que se agregue al menú habitual. 
En ese momento Juan, el agente, con el bastón en la mano derecha asida esta a nivel de la muñeca  por la izquierda, detrás de la cintura, camina atento a mantener el orden, lo que a la vez le permitirá hacerse de algún rédito extra para engrosar su escuálido sueldo.  comenzará la ronda caminando con paso pausado y firme frente al cartel deslucido de “Ilusiones Nocturnas”.-
En su zona Lulú, ataviada con su atuendo exagerado en colores y escaso en  telas;  ve pasar a  Juan Hurto que por costumbre le espeta un piropo grosero sin otra intención que ofenderla. Pero  a ella no le importa  porque ambos saben que recíprocamente se rechazan.  Lulú es para Juan un trolo travestido y lo ubica más abajo que él en la escala de patéticos; en tanto que un sentimiento igual pero a la inversa siente ella por el chorro.
Media cuadra más adelante la travesti ve con envidia a una pareja que pasa del brazo  por la calle. Son Juan Novio y su prometida felices en su mundo yendo a ver el estreno romántico en un cine del centro. Ya pasaron y Lulú se vuelve aun para verlos alejarse. En realidad no los envidia,  sólo se pregunta cómo será la  vida de dos enamorados. 


                                                                               III

La luna llena, ya reina en el cenit y la noche  está poblada por todos sus personajes  que se mueven  con sus sentidos expectantes  en procura de aprovechar la ocasión que satisfaga las ansias que los impulsan. Es simple, sólo se trata de cruzarse con la oportunidad y no dejarla pasar. Alerta pues que tal vez la noche se las ofrezca sólo una vez.
“Ilusiones Nocturnas” ya ha renovado varias veces los ocupantes de sus mesas. Juan Mozo repasa por enésima vez  con la rejilla grasienta la superficie de la mesa nueve, y como ya ha dicho el consabido “Buenas Noches” a la pareja que ahora la ocupa, pregunta: -¿Qué se van a servir? Bien pudieran ser Juan y su novia pero  no lo son; es otra pareja de tantas  que pasan , entran y piden sin mirar al mozo porque están demasiado ensimismados en mirarse entre ellos  y seguirán con mimos y arrumacos  y pasarán el rato hablando de sus cosas y haciendo planes o simplemente diciéndose cuánto se aman.  A Juan mozo ya le duelen los pies y faltan por lo menos tres horas para cerrar. Otro tanto le sucede a Juan Barman.

Es muy tarde y Sisí ya ha ingresado cuatro veces al Hotel de luz mortecina al que habitualmente lleva a sus clientes, y ahora va por el quinto…¿Quién será? ¿Cómo será? Poco le importa, debe parar la olla. En  casa, son ella su hijo  sin padre y su viejita…Ah! Pero ahí acaba de aparecer, bajo el farol de la esquina un noctámbulo, manos en los bolsillo y la vista alerta, no es otro que Juan Nocturno que a falta de mejor suerte, no quiere terminar la noche sin una emoción fuerte y entonces, cuando se cruzan él pregunta: - Cuánto por un completo, bombón? –Doscientos responde ella y espera su reacción que llega  por una señal de cabeza afirmando y ella con otra cabeceada le indica que la siga…al Hotel de la luz mortecina.-

En la parte de atrás del Restó Bar, en una pieza que solo tiene como muebles la mesa redonda con tapete verde , seis sillas e intercalados tres banquitos para apoyar las copas y ceniceros,         se juega fuerte al póker y es en ese campo donde Juan Fullero con cuidadosa habilidad da las cartas y mientras con la vista mira a los contrincantes para distraerlos , sus ágiles dedos, de uñas cuidadas y preparadas al efecto, tratan de adivinar que cartas les da a los otros y en el momento preciso dejarse para así la carta clave para llevar ventaja. Es cuidadoso porque si lo descubren puede significarle como mínimo una paliza y de máxima la muerte, dos cicatrices lleva  en su cuerpo  que le recuerdan sendas veces en que lo pescaron haciendo trampa. En el ambiente de la timba no se andan con vueltas. Pero eso es lo suyo, su medio de vida y su destino.
Lulú charla ahora acodada en la ventanilla de un coche con el motor en marcha. Están tranzando, el hombre pretende tal cosa y ella le da el precio y luego le aclara que si además se le ofreciera tal otra, tal otro será el costo.  Al rato el automóvil arranca y parte lentamente. -No tuviste suerte?- Le pregunta Juan Raviol, que observaba la escena y ahora sale de las sombras con su mochila que no lleva libros sino dosis prolijamente acondicionadas de cocaína. – Vuelve en un rato, dice la travesti. Dame un raviol, ¿Cuánto?  - Doscientos. -  le dice él y ella replica

-Dejate de joder, tu merca está muy cara. -Vos te la ganás fácil dice el joven. -¿Ah, sí? Te cambio de oficio por una noche, vos me das la mochilita y yo te paso mi  pilcha y la peluca.

–Ni loco... - ¿Bueno comprás o no? - Sí dame…¡ ladrón!

Le paga Y con el paquetito se va a sentar en un recoveco sombrío  para darse un toque. 

Ya es próxima la hora de cerrar, el agente se apersona en el local que ya conocemos, el barman lo hace pasar a la oficina del patrón que le va a pagar doble coima  un sobre para él y  otro para el comisario. El segundo es más abultado pero no hay riesgo que el agente meta mano porque las tarifas están claramente acordadas  previamente. Y la jerarquía es la jerarquía, esa gente tiene códigos, qué embromar.

(IV)
Ya casi es la mañana  cuando el agente de policía, que vuelve a su casa, ve un cuerpo tirado en la costa del sucio río contaminado y se acerca a examinarlo  con detalle  para comprobar que está muerto,  entonces saca su celular para llamar a su base.  Entre tanto los personajes protagonistas de  esta historia , entre quienes se cuenta el ignoto  homicida , se replegarán a sus respectivo refugios antes que el sol del nuevo día ilumine a pleno ese  barrio cualquiera en  los suburbios de una  ciudad, de un país  equis. (Final)




jueves, 2 de noviembre de 2017

"ASESINATO EN EL TEATRO"




                                      I

Faltaba una semana para el estreno de “La Zorra y las uvas” de Guilherme Figueiredo, en el teatro “La Máscara”. La compañía que dirigía Fernando Del Río ensayaba a ritmo intenso, ya incorporados vestuarios y utilería. Esa mañana de viernes, el elenco estaba citado para las diez. Como era habitual se reunirían en la sala de estar, detrás del escenario.
Ya estaban todos, incluída Graciela, la asistente, sólo faltaba la actriz principal, Leonor Gutiérrez.
-¿Habrá llegado? Preguntó Fernando.
-Sí. –Respondió José-  un actor de color que representaba el personaje de un esclavo etíope.- La escuché repasar letra en su camarín.
Entonces Fernando recordó que ella le había comentado, el día anterior, que hoy vendría más temprano que los demás, para fijar la letra de la escena final.
-Entonces debe estar en el camarín. Graciela, por favor, avísele que vamos a comenzar el ensayo.

Mientras esperaban, el director informó al elenco que pasarían la obra completa, sin interrupciones; y desde el día siguiente se agregarían los técnicos de luz y sonido.
No responde –dijo la asistente regresando de interiores - Se habrá retirado, porque llamé varias veces.
-Cómo se va a retirar. José la habría visto salir- Dijo molesto el director.
-No la vi salir - Respondió el aludido.
Es raro-dijo Fernando y agregó -Venga Graciela, acompáñeme por favor.  Ambos salieron hacia el camarín. Llamaron sin obtener respuesta y el hombre anunció en voz alta que iban a entrar; abrió la puerta y su expresión fue un grito ahogado. A espaldas de Fernando, la asistente alcanzó a ver el cuerpo  en el piso, sobre un charco de sangre. Fernando se volvió, el rostro pálido murmurando -Dios mío-  y se apoyó en la joven para no caerse.
Los demás acudieron al llamado de Graciela. Entendieron que algo muy grave había ocurrido. Los hombres se asomaron a la puerta del camarín y la asistente les advirtió que no entraran
-Que alguien llame a la policía. 

                                                                    II

Los tres cuartos de hora siguientes fueron interminables. De pronto el optimismo  del día anterior ante la proximidad del estreno, se vio reemplazado por la desazón general. Se habló muy poco y sólo para preguntarse ¿Quién?  ¿Por qué? .


La asistente lloraba; todos sentados como si las fuerzas los hubiesen abandonado de repente. Fernando seguía pálido y demacrado; Elena su mujer, vestida con la túnica griega de su personaje lo consolaba en silencio con un brazo rodeándole los hombros.

Por fin golpearon a la puerta. Sintiendo que sus pies pesaban toneladas, Gustavo otro de los actores se levantó, pero antes que diera un paso la puerta se abrió y un elegante hombre  cincuentón , de impecable traje gris, apareció en el umbral. Miró al grupo, fijando por unos segundos la vista en cada uno antes de decir:

- Soy el comisario inspector SantiagoAlesci.
                                                                                 

Despidió al gerente del teatro que lo había acompañado, hizo entrar a un ayudante  y preguntó por el director de la compañía. Fernando debió ser ayudado a ponerse de pie y el policía le pidió que le indicara dónde estaba el cadáver. Después de examinar el camarín el comisario volvió y se dirigió a los presentes para decirles que  nadie debería retirarse de allí sin su autorización. Permanecerían ese recinto, especie de salón de pasos perdidos detrás del escenario, con acceso por un lado a los baños del personal y por el otro a los camarines. En las salidas de ese sector  ubicó guardias.


Luego  le hizo preguntas generales a Fernando acerca de quién y a qué hora había encontrado el cadáver; le formuló otras preguntas sobre las costumbres y modalidad de trabajo del grupo.


Como el gerente había autorizado al policía para utilizar una oficina contigua, estableció en ella su despacho. Para luego, según les explicó inciar los interrogatorios a cada uno de los integrantes del elenco teatral.
                                                                            III



El primero en declarar fue Fernando, lo hicieron pasar, el secretario estaba presto para tomar registro escrito  de la declaración. Debió explicar que  además de dirigir era  actor y hacía  el papel de Xantos, un rico comerciante y sofista de la isla de Samos, en Grecia.  Acerca de su relación con los miembros de la compañía, manifestó que era la habitual entre el director artístico y un elenco concertado. A excepción de su relación matrimonial con Elena Bordeau, actriz.


El policía le preguntó desde cuando conocía a la occisa y qué sabía de  su vida privada.  La conocía desde algunos años antes, ya que había integrado otro grupo  actoral en su compañía y que actualmente estaba divorciada.


Terminada su declaración, Fernando volvió con el grupo y, a pedido del detective, transmitió a José Uribe que pasara a declarar.

Ante las preguntas, el actor visiblemente nervioso,  explicó cuál era su rol en la obra; aclaró que su personaje no tenía texto, sólo su presencia en algunas escenas, en dos de  ellas las actrices  declamaban sus monólogos dirigidos al etíope,  su personaje. Debió relatar todo lo que vio ese día desde su llegada al teatro; desde que  el sereno le abrió la puerta de entrada de actores, porque no todos en el grupo tenían  llave. Como el detective quiso saber quiénes la tenían , respondió : -El director. 

Cuando  le indicaron proseguir,  José manifestó que se dirigió al lugar de reunión y en ese momento escuchó la voz de Leonor, repitiendo el texto de su personaje. 

-Habló con ella?

 –No, señor. No le gustaba que la molestaran en su camarín y… yo no tenía confianza con ella.

 -¿Y con quiénes  tenía confianza ?- quiso saber el comisario.  

José pensó unos segundos mientras el inspector lo miraba al rostro, por fin dijo: - Con Fernando y la esposa…y también con Miguel Ureña, el actor principal.
Siguieron las preguntas, el declarante no tenía conocimiento acerca de alguna relación sentimental de la muerta, ni enemistad manifiesta con alguien del grupo.
Finalmente le preguntó quién había sido el siguiente en llegar, y contestó que Gustavo Ruíz otro  actor del elenco.
Con alivio el joven actor negro recibió orden de retirarse, pero no del teatro, donde debería permanecer para el caso que debiera volver a ser interrogado. Finalmente el policía le pidió:   Dígale al señor Gustavo Ruiz que lo espero.

                                                                           IV


Entró a la oficina Gustavo Ruiz, treinta y cinco años, actor en el papel de Agnostos, un capitán de guardias venido de Atenas, huésped de Xantos en su residencia.


Confirmó que al llegar ya se encontraba allí José, que no vio en persona a la actriz; que su trato con ella no iba más allá de estar ambos en la misma puesta.  Que no se frecuentaban fuera del ámbito teatral. Y demás aspectos que confirmaron lo dicho por los anteriores declarantes.


El detective observó que el hombre, ataviado con uniforme de época, llevaba una espada pendiendo del cinturón, sobre su flanco izquierdo - para empuñar con la derecha- pensó; en tanto del lado derecho tenía una funda más pequeña pero sin ningún elemento – Permítame su cinturón- ordenó el policía y recién al desabrocharlo Gustavo se dio cuenta que no estaba el puñal. Con la conmoción de la muerte de la actriz no se había dado cuenta de que no estaba el arma. En un segundo lo invadió  el estupor; ¿Cómo era posible, si ayer lo había dejado en el ropero del teatro, en el arnés y junto con el traje? Se lo dijo al inspector, éste lo miró  en silencio. En el límite de su ansiedad el actor le preguntó- ¿Usted ahora sospecha de mi? -Sospecho de todos, fue la respuesta.

Le aclaró que  no podía retirarse del teatro  y le pidió que hiciera pasar a la asistente de dirección.


Un compungido Gustavo Ruíz salió de la oficina, Graciela se adelantó para saber cómo había sido su interrogatorio pero el sólo atinó a decirle que el detective la esperaba. 

Después se dirigió a Fernando para decirle que su puñal, no estaba en el cinto,  acaso él o alguien de los técnicos lo había retirado; el director negó.  Mientras Elena, siempre junto a su esposo, los escuchaba en silencio.  Gustavo quiso saber si el día antes habían dejado el vestuario bajo llave y la respuesta fue afirmativa. 

Al mismo tiempo Santiago dio a sus colaboradores la orden de buscar el puñal que faltaba en el cinturón de Agnostos.



                                                                            V

Al momento de su declaración, Graciela Smith asistente de dirección de la compañía, se mostró segura de sí; coincidió con los anteriores en la información que daban  respecto de lo acontecido esa mañana y no aportó nada nuevo sobre la personalidad de la actriz asesinada ni acerca de sus relaciones. En su caso particular dijo estar viviendo una relación sentimental con el actor Gustavo Ruiz.

De pronto, el inspector le preguntó si ella tenía llave del guardarropas donde se guardaba los trajes de los actores.  Le respondió que sí.

Terminado el interrogatorio , ella quizo saber si ya tenía alguna pista. Después de mirarla a los ojos por varios segundos el hombre le  respondió :- Puede ser…¿Y usted tiene alguna? Ella negó  moviendo la cabeza y el policía pensó que  ella sabía algo más que no le había confesado.

Era el turno de Miguel Angel Ureña. Dijo que tenía cuarenta años de edad, veinte de ellos en distintas compañías actorales de la ciudad, y en este proyecto representando un  personaje tan central como emblemático en la historia, el fabulista griego Esopo.

De las preguntas, efectuadas a los anteriores declarantes, no surgió nada nuevo o decisivo para la investigación.

Entonces poniendo en práctica su estilo de ubicar al otro en su propio lugar de policía, mientras pensaba en hacerle una pregunta insidiosa, lo miró a los ojos por unos segundos, y entonces  percibió que había inquietud y turbación en el rostro del actor. Le preguntó -¿Sospecha usted quién pudo haber sentido tanta animadversión hacia Leonor Gutiérrez, como para asesinarla?

-No señor. - Respondió en un tono que no  era acorde a  un actor de carácter.

Cerrando la entrevista, el policía le dijo: No se retire del teatro, señor Ureña; es posible que vuelva a necesitarlo. Por favor avísele a la Sra. de Del Río que  es su turno.

                                                                   VI


Elena Bordeau se presentó sosteniendo con sus dos manos un peine dorado de utilería, que utilizaba en la primera escena en que Melita, su personaje, peinaba los largos cabellos castaños de Cleia, el otro personaje femenino que protagonizaba la malograda actriz principal.


Santiago la invitó a sentarse y la observó unos instantes, tan pálida como la túnica blanca que lucía.


-¿Se siente bien? -Le preguntó y la respuesta fue -Tanto como se puede estar con esta desgracia.





Respondiendo a las preguntas del inspector, contó que conocía a Leonor Gutiérrez desde hacía algunos años, seis o siete, y que habían actuado antes en otra obra también dirigida por su esposo. La declaración de Elena no parecía tener nada fuera de lo común para aportarle. Ante una pregunta concreta, dijo que la fallecida no tenía pareja actualmente y que desconocía si tenía relación sentimental con alguien dentro o fuera del ambiente teatral.


Concluyendo la indagatoria el hombre la vio con el rostro crispado y todavía muy pálida. Al indicarle que habían terminado por el momento la mujer comentó: -Además de lo terrible de la muerte, se imagina que es un desastre para el proyecto. Mi esposo está destruido anímicamente-

-Lo entiendo-respondió el policía y agregó - Permanezca en el teatro, en unos minutos hablaré con todos.

Mientras buscaban por todas partes, los policías auxiliares encontraron en un estante cercano a la puerta del camarín de Leonor, el grabador de cinta en el cual se podían  escuchar los textos de las escenas en que ella tenía participación. Del aparato  se tomaron las huellas digitales; esto le dio al investigador la certeza de que el crimen lo había cometido alguien del teatro. A la vez descomprimió la situación de José, quien había escuchado la voz grabada de Leonor Gutiérrez.

El que seguía sospechado era Gustavo Ruiz.

                                                                      VII

Santiago miró su  reloj, era cerca del mediodía; sabía que uno de los pasos siguientes sería hablar con  el grupo y conminarlos  para que dijeran todo lo que sabían.

En tanto en el hall del teatro había un grupo de personas porque la novedad había trascendido: habían llegado  familiares, enterados que algo inusual estaba ocurriendo. Se había hecho presente la esposa de José, la pareja de Miguel Angel, periodistas de una canal de televisión y de algunas emisoras de radio; el gerente del teatro, así como   personal técnico y de maestranza a los que  la policía no permitió acceder al sector  del crimen.

El detective habló en privado con el gerente para que se avisara a los familiares de la occisa que vivían en otra ciudad; eso debía hacerse antes de dar un comunicado a la prensa. En ese intervalo, aprovechó para tomar un cortado doble y darle al estómago dos o tres galletitas en razón que apenas salido de la ducha había recibido desde la seccional la orden de dirigirse al teatro La Máscara. Después del frugal desayuno tuvo una breve reunión con el equipo de peritos y finalmente fue a encontrarse con los miembros de la compañía que continuaban reunidos  en el salón detrás del escenario. Les planteó que a esa hora el sospechado era Gustavo Ruiz, por faltar el puñal de su indumentaria, no creía con certeza que fuera el autor del crimen; no era admisible que hubiera usado su propio puñal sin protegerse con  una coartada más consistente.  Y por su parte, su experiencia de investigador le hacía pensar que algunos de los declarantes, no habían aportado todo lo que sabían. El investigador pensaba que el asesinato  respondía muy probablemente a una motivación pasional, por eso necesitaba completar el esquema de las interrelaciones en el grupo. La señora Leonor Gutiérrez, según sus declaraciones, no tenía relación sentimental alguna, nadie la acompañaba hasta el teatro ni la esperaba al terminar su actividad;  él pensaba que ahí, precisamente, estaba la falta de datos aportados. Creía, concretamente, que  alguien del grupo había tenido una relación con ella o alguien más cercano en amistad debía saberlo  en caso que tuviera una relación con alguien ajeno al grupo.

-De modo señoras y señores- termino diciendo el inspector- que voy a realizar otra ronda de interrogatorios y, si alguien tiene alguna información que aporte directamente para aclarar las cosas, le ruego que lo haga a fin de evitarles tener que pernoctar esta noche en la seccional de policía. Se terminaron los códigos corporativos, entenderán la gravedad del caso; una mujer ha sido asesinada. Esta vez el orden  para declarar lo establecerán ustedes. Estaré esperando- Los miró por cinco segundos, luego dijo –Con su permiso- Y se retiró a la oficina donde había constituído su despacho.


                                                                            VIII

El primero que se acercó fue Ureña, el actor de carácter, dijo que lo hacía para ponerle en conocimiento que era gay, lo cual  conocían todos los  miembros de la compañía y que  el hombre que era su pareja estaba en ese momento en el hall del teatro.
Santiago Alesci tomó nota pero le aclaró que su condición no lo eximía de sospechas. Y el pobre Miguel Angel se retiró tan afligido como había entrado. 

La siguiente en volver a la oficina fue Graciela quien dijo que venía para informarle que mantenía una relación íntima con Gustavo, el actor sospechado, y que había pasado la noche anterior en su departamento, que por esa razón se habían dirigido juntos al teatro esa mañana.
-Según tengo anotado  el señor Ruiz llegó primero al sector de reunión donde ya estaba José Uribe.
–En efecto, aclaró Graciela, dije que al teatro llegamos juntos, yo me quedé por algunos minutos en la portería para dejarles una nota a los técnicos, que llegarían más tarde solicitando asistencia para el  ensayo de mañana. Y algo más, señor inspector; llame al director artístico, el seguramente  sabrá respecto a las relaciones sentimentales de la infortunada Leonor.
-Sea más clara y diga todo lo que sepa, señorita.
- Lo siento, sé que son amigos y como tal deben saber si Leonor tenía alguna relación con alguien. Todos los demás sólo  tratábamos a  Leonor en los ensayos.
Ya de regreso a la sala Graciela se dirigió al grupo   y pidió que quienes tuvieran que hablar, lo hicieran porque no era justo que Gustavo estuviera pasando momentos de angustia al estar sospechado.
-Todos sabemos que alguien tomó el puñal, pero eso no significa que él la haya matado porque no tenía motivos para hacerlo.
 Ya eran pasadas las tres de la tarde cuando le trajeron a Santiago el puñal, encontrado entre unos arbustos a tres cuadras del teatro. Como era de práctica, el equipo de laboratorio levantaría las huellas digitales.
Entonces el detective volvió al salón  y habló a todos los integrantes de la compañía. Les hizo saber que en un par de horas tendrían el informe de las huellas digitales y que entonces  quedaría develado el misterio.

-Mientras permaneceremos aquí. Pero si alguien, como pedí antes, desea agregar algo a su declaración anterior, tal vez le sirva de atenuante.
Como sabrán, retacear información se podrá constituir en un agravante.
Fernando pidió hablarle a solas.
-Hable aquí, señor Del Río; ¿No suelen decir ustedes que los actores son una gran familia? y por lo que llevo indagándolos en estas horas, aquí lo saben todo de todos... Hasta yo podría en este momento anticiparle lo que me quiere decir. Pero lo escucho…



                                                                              IX

-Yo mantenía una relación sentimental con Leonor Gutiérrez…

- Hijo de Puta Lo interrumpió su mujer… -y mirando a todos agregó -Sí, él mantenía una relación con ella… Volviéndose a su marido: - yo te amenacé con abandonarte… Después le habló al grupo: - lo amenacé ayer mismo con abandonarlo… Y de nuevo a Fernando:-Por eso la mataste…¡Asesino! …¡Asesino!

Y gritando y llorando se arrojo sobre el acobardado Fernando, golpeándolo como mejor podía.

Dos agentes debieron apartarla.

La sospecha se limitaba ahora a dos personas , Fernando y Elena.-

Si pudiera decirse que develar el misterio de un crimen es motivo de fruición para un detective, este era el caso de Santiago Alesci; porque estaba a punto de colocarle el moño al caso para entregárselo al Juez.

¿Pasaron ustedes la noche juntos? Preguntó dirigiéndose al matrimonio.  La respuesta fue afirmativa y Elena aclaró que había salido primero de su hogar para asistir a una consulta médica antes del ensayo, después se encontraron  a  tomar un café en un bar cercano  para concluir diciendo:
- Y llegamos juntos al teatro

-Terminemos con esto Elena…No fuiste a ningún médico. Te anticipaste, mataste a Leonor…y saliste por la puerta de emergencias, para reunirte conmigo en el Bar Candilejas. 

-Eso se prueba muy fácil, enviaré un agente al consultorio de su médico…señora, deme la dirección…

Entonces Elena se quebró… y en un llanto histérico  les hablo a sus compañeros : -Iba a dejarme por ella. Después del estreno me dejaría…. Sola, después de veinte años y sin siquiera haberme dado un hijo… A esta altura de nuestras vidas  me negaría su amor…su compañía …todo…¿Qué futuro me esperaba?… Por eso la maté.

Y siguió llorando mansa, calma, serenamente. 
                                                     ======= ******* =======

Este relato es solo producto de mi imaginación y no responde a hechos ni personas reales. La trama del relato no tiene nada que ver con la obra que se cita "La zorra y las uvas"  la cual existe realmente y su autor es el dramaturgo brasileño Guilherme Figueiredo.
Prohibido el uso de este texto sin autorización del titular de este blog.



                                                                                                                                                    
                                             

viernes, 20 de octubre de 2017

"El acechador" otro cuento de Roberta Casal

-Muchacho tonto-dijo el cochero- casi le aplasto la cabeza con las ruedas. El joven harapiento y de movimientos torpes, corrió hacia la espesura del bosque y desapareció.
-¡Hop, hop!- gritó el hombre tirando de las riendas, y los caballos acatando la orden pararon frente a la dirección indicada.


 Imagen perteneciente al sitio: cervantesvirtual.com

La posada aun tenía prendidas las luces.
Del carruaje bajaron dos mujeres y una niña de unos cinco años. Era muy vivaz y se distinguía por sus bucles negros.
-Adelante señoras- dijo con respeto el encargado de la posada. Era robusto y panzón- les tengo preparado el cuarto y la comida las espera.
Mientras el cochero desenganchaba y llevaba los caballos al granero para alimentarlos, ellas se introdujeron en la casa de hospedaje. Estaban agotadas y hambrientas.
Después de ubicarse en el cuarto, se cambiaron de ropa y bajaron al comedor.
Era tarde y no había huéspedes, salvo ellas y el cochero que estaba comiendo en la cocina.
La enorme mujer del posadero les sirvió papas y ganso asado con vegetales. Una jarra de agua fue puesta en la mesa, y con ella quedó la sonrisa que demostraba el deseo de complacer a las distinguidas visitas. Tráenos una botella de vino blanco- ordenó la mayor de las mujeres- el agua es para la niña- dijo mirándola con tono autoritario. La orden no se hizo esperar. La botella fue puesta en la mesa junto  a  las copas.


                                                                               (2)

-Bien, supongo que es la mejor que tienes- dijo la mayor de las mujeres, esperando que les sirva. Comieron, tomaron su vino, hicieron una breve sobremesa y subieron a su habitación, dispuestas a descansar.

Una lluvia densa comenzó a caer en el paraje.
- ¡Qué viaje nos espera mañana! Si no para de llover-dijo una de ellas, pero no obtuvo respuesta de su compañera.
Es que ya dormía profundamente demostrando el viaje cansador que habían tenido, transitando largas distancias.
Sabían que llegar a destino les demandaría un día completo para arribar por la noche. Debían recordar aprovisionarse de alimentos para no pasar necesidades inesperadas.
-Dejaré las cortinas corridas para que me despierte el alba- se dijo mientras lo hacía, luego apagó las velas. No tardó en quedar profundamente dormida.
Solo se escuchaba el ruido del agua que caía sobre el techo de la antigua casona.
Los perros y los animales estaban a resguardo en el granero, donde también tenía preparado su lugar de reposo el cochero.
Pasada la medianoche, un rostro empapado de transpiración, anhelante espiaba a las tres mujeres, fijando su vista en la pequeña que dormía boca abajo desparramando sus bucles sobre la almohada.
De su boquita entreabierta salía un leve e infantil ronquido.
El intruso la miró ávidamente a la luz de los relámpagos y empujó sin ruido los vidrios de la ventana, que no cedió porque estaba trabada por dentro.
Largó un gemido de impotencia y se arrancó un mechón de pelo sucio, demostrando su ira contenida.
Con su mano mugrienta de uñas descuidadas, se tapó la boca y comenzó a balancearse.
A punto de caerse bajó por donde había subido y sigilosamente comenzó a buscar una entrada posible, sabiendo que si hacía ruido, los perros que estaban en el granero, ladrarían y él sería descubierto.
Rodeó el hospedaje bajo la torrencial lluvia, vadeando y jadeando. Articulaba sonidos guturales y caminaba encorvado. Su deforme andar lo hacía siniestro.

                                                        

Alterado porque no podía entrar, comenzó a sollozar.
Estaba entumecido por el frío y dolorido después de subirse al pescante trasero del carruaje y aferrarse para no ser descubierto, evitando caer en el camino, todo le había demandado un gran esfuerzo.
Con los puños cerrados comenzó a golpearse el cuerpo, a romperse los pocos harapos que lo cubrían a medias.
Se levantó de un salto con un pedazo de trapo en la mano, miró hacia arriba.
Trepó por una vieja encina adherida a la pared y llegó hasta el techo.
Se aplastó sobre él. La lluvia no cesaba y tenía dificultades para moverse.
Rio torpemente. Ya llegaría hasta la niña y la llevaría a la cueva, donde otra pequeña dormía y no quería despertar.
A esta no la haría dormir, para que siempre esté despierta y el pueda verla llorar, llorar y llorar, sin piedad, verla, sin piedad.
Trepó y se arrastró hasta un tragaluz. Zamarreó la ventana hasta que logró romperla, destruyó los vidrios y se introdujo por la abertura. Estaba ansioso y exacerbado pensando en la niña.
No vio que un pedazo de vidrio filoso como un puñal había quedado amenazante.
Cuando sus piernas pasaron el resto del cuerpo quedó atrapado y el vidrio se hundió en su abdomen que lo abrió desde abajo.
Como no entendía lo que pasaba, comenzó a agitarse y el vidrio se hundió mas en su cuerpo.
Un grito animal salió de su garganta sofocado por el estruendo de los relámpagos. 
Atrapado y sin poder evadirse, sintió el ardor que le quemaba las entrañas y quedó bamboleándose, pidiendo que la niña fuera de él.
Al amanecer sin lluvia y con los primeros rayos del sol, después del desayuno mientras subían al carruaje la dueña de la posada se les acercó y les dijo que tuvieran cuidado. Un loco peligroso había escapado del hospicio y andaba acechando por los caminos. Ya había desaparecido de la morgue el cadáver de una niña.
-¿ De que edad es ese loco?- preguntó el cochero sospechando.
-Tendrá unos quince años, es moreno, robusto y de cabello rizado y oscuro.
-Dios mío creo que lo vi en el cruce después del último puente viniendo para aquí, estaba entre los matorrales. Casi lo piso- y diciendo esto ajustó el arma en su cintura.
-Ya mismo mandaré avisar a quienes lo buscan- dijo la mujer.
Dentro del coche, las dos mujeres asustadas abrazaron a la niña sentándola entre las dos.
El trotar de los caballos anunció la partida.(Fin).
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Nota: El presente cuento de Roberta Casal, autora argentina radicada en la ciudad patagónica de San Martín de los Andes, forma parte de su libro "Desde el Corazón" de cuentos y poemas. 

(2)Imagen perteneciente al sitio:Pinterest.com