Puso la botella
de licor casero. Es un néctar que merece copas de cristal tallado, pensó. Pero
no tenía; sólo unas simples copitas lisas de vidrio grueso que habían quedado
de la época en que su padre y sus tíos tomaban un par de ginebras mientras
jugaban al truco los días de invierno en que no podían salir, por el frío, a
trabajar la tierra que se tornaba impenetrable para el azadón o la pala.
Se había colgado pensando en los años de su niñez
en el sur, amparada en la seguridad que le daba el entorno familiar, cuando el
timbrazo la volvió bruscamente a la realidad. Se sobresaltó: Debe ser él, ya
son las ocho. Porque habían concertado para esa hora. Dejó la botella sobre la
mesa y las copitas al lado; él había quedado de traer comida de la rotisería.
Se arregló el cabello a las apuradas y se alisó la falda antes de abrir la
puerta.
Para su sorpresa
no era el candidato sino el chico de la rotisería de la otra cuadra, que le
entregó la caja y una esquela para luego subirse a la bicicleta y alejarse sin
esperar propina. Mientras ella, sorprendida, se quedaba parada ante la puerta
abierta, con la caja de pizza en una mano y la esquela en la otra. Helada,
entendió en un momento o no entendió y así de sorprendida dio la vuelta y entró
en la casa; depositó la caja sobre la mesa, abrió la esquela y leyó: “Tuve que regresar de improviso a Buenos
Aires, uno de mis hijos está enfermo. Mil disculpas. R.A.”
Ahí fue que tomó
conciencia de que aquel forastero, llegado un mes antes con el proyecto de
instalar la delegación de una empresa de
seguros generales, la había tomado por tonta.
Se conocieron el
fin de semana anterior en el baile de la Cooperadora Escolar y a mitad de
semana habían tenido una cita en el restó bar “El Único” así llamado porque
precisamente no había otro en el pueblo.
Ahora Soraida se sintió una provinciana soñadora e inocente,
por no decir una estúpida.
Pero…Por qué lo
habría hecho. La esquela no mencionaba cuándo Rubén Alfredo volvería al pueblo.
También era cierto que, en las dos oportunidades en que hablaron, él no le
había comentado que tuviera familia. Tampoco ella se lo preguntó. Qué tonta.
Resulta que tenía hijos.
-Siempre me pasa
esto- se dijo en voz alta- Acto seguido abrió la ventana y sin decir ¡Agua
va! Revoleó la caja con pizza a la calle.
El insulto le
llegó claro y fuerte. No quiso asomarse a la ventana pero, por lo escuchado, le
había acertado a alguien que pasaba. Le llamó la atención, porque era una calle
poco transitada, pensó en que si hubiera sido un concurso de tiro al transeúnte, con pizzas, no le
habría acertado a nadie. Tanta era su mala suerte.
Se sentó
derrotada, llenó del exquisito néctar las dos copitas y mientras puso a sonar
en el Winco un long play de Julio Iglesias… Se bebió una y después la otra y
así mientras sonaban las melódicas “Por el amor de una mujer”, “Me olvidé de
vivir”, “abrázame”… Volvió a llenar las rústicas copitas y siguió bebiendo
hasta terminar con el licor casero.
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Es un cuento de mi autoría, cuyos hechos y personajes son ficticios. C.O.Buganem