Final del viaje
Llevaba durmiendo una hora o dos, cuando una pesada voz vino a susurrarme al oído: “Llegó tu hora, el final del viaje” era una voz ronca y pastosa con leve acento norteño..
Permanecí un rato con los ojos abiertos, en la oscuridad, esperando escuchar pasos o algo que delatara la presencia del dueño de la misteriosa voz. Por fin terminé de despertarme y me di cuenta que aquello había sido un mal sueño.
No quería desvelarme porque al día siguiente en la gerencia de la empresa de seguros donde trabajaba, me asignarían la nueva zona en la cual por treinta días debería visitar a una larga lista de posibles clientes y promoción mediante, venderles una póliza. Me habían anticipado que la zona sería en un pujante pueblo del norte y el viático para mi alojamiento y manutención era importante, vale decir que se trataba de una oportunidad que no debía desaprovechar.
“Llegó tu hora, el final del viaje” seguía resonando como un eco en mis oídos. No podía dejar de pensar en el por qué de tremendas palabras y de esa voz horrible que las pronunciara.
Aunque no me agradaba recurrir a los somníferos, no tuve más remedio que levantarme e ir hasta el botiquín y tomarme una de las grageas, no sin antes asegurarme que el reloj despertador estuviese puesto para sonar a las seis y media dela mañana. Cuando sonó la odiosa campanilla tuve la sensación de haberme dormido recién. me levantéa los tumbos, tomé mi valija y salí presuroso hacia la empresa.
Cuando mi jefe me asignó la zona y me hizo entrega de las carpetas con los formularios, las instrucciones y los pasajes del ómnibus, que me llevaría hasta Mina Clavero, destino de mi viaje, no relacioné con el mal sueño de la noche anterior, del cual me había olvidado.
La empresa me pagó el taxi que abordé con premura y me trasladó a velocidad vertiginosa hasta Retiro, por las calles que comenzaban a cargarse de tránsito. Llegué justo a tiempo para despachar mi valija y mientras extraía del portafolios el pasaje, corrí a entregarlo al hombre parado junto a la puerta del ómnibus, cuya partida ya anunciaban los altavoces.
Ya había puesto el pie derecho en el primer escalón de la puerta del ómnibus que empezó a avanzar, cuando la voz del hombre, ronca y pastosa dijo: -“Asiento 36, al final del pasillo” Di un salto hacia atrás y me alejé del ómnibus despavorido, perdí pie y caí en el andén mientras el coche se alejaba haciendo rugir su motor. Tanto me había recordado la voz del comisario de a bordo a la voz de la pesadilla de la noche anterior.
Perdí aquel empleo de vendedor de seguros pero con alivio me enteré por los diarios del día siguiente que el ómnibus en cuestión había sufrido una colisión con un camión en la ruta a Mina Clavero y una pieza de la carrocería, que entró por la ventanilla destrozó el asiento 36, el que por suerte, subrayaban en el artículo, estaba desocupado.
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