-De pronto tuve la
sensación de haber estado allí antes.
¿Lo había visto en sueños? Podía ser.
Aquella pared de rocas a
pique, como la palestra de la plaza de mi infancia, pero mucho más grande.
Finos hilos de agua formando cascadas descendían desde lo alto de aquella pared
rocosa y enormes helechos, como estrellas de un verde encendido jalonaban el
conjunto completando una escenografía fantástica.
Entonces vino a su mente el relato de su
abuelo, que había calado fuerte en la mente de Esteban, por entonces un
adolescente. Muchos años antes siendo muy joven, el abuelo había escuchado el relato de una vieja nativa
de la comunidad asentada en las estribaciones de los Andes, al pie del
Tupungato, que hablaba con certeza de la existencia de un lugar al que llamaban
“paraíso” en su lengua, donde un cerro a pique de pura piedra , las cascadas
que nacían en fuentes de aguas
milagrosas y los bellos helechos eran el lugar donde habitaba una hermosa
nativa- la primera mujer- había dicho la anciana, cuyo propósito era seducir a
los hombres mozos que llegaban a ese lugar, con el propósito de perpetuar la
raza.
Ya adulto, Esteban se convirtió en
explorador incansable y amante de los paisajes de su entorno. En una de sus
excursiones se había sentado y mientras contemplaba arrobado ese escenario,
recordaba el relato escuchado a su abuelo y las imágenes de un sueño. Le quedó
claro que aquel escenario le llegaba como algo que se le había aparecido antes
en un sueño y ahora él se encontraba dentro de lo que tal vez fuera realidad o
acaso se tratara de otro sueño. Esa era su duda.
Siguió recordando el relato que la
anciana le había hecho a su abuelo y que le habían transmitido a ella sus
padres y a estos sus abuelos: ese relato
decía que los hombres que entraban a los dominios de la divinidad y presa de la
lujuria se rendían a sus encantos, luego de consumado el coito, los sacrificaba
arrojándolos al abismo de donde jamás saldrían con vida y sus espíritus
encarnarían en el hijo gestado en aquel fantástico lugar.
En tanto los hombres que por recelo o
falta de interés no tomaban el fruto fértil que la bella mujer les ofrecía,
eran dejados marchar pero no recordarían el trance vivido frente a las rocas a
pique surcadas de hilos de agua y engalanadas por el verde vivo de los helechos.
Esteban no recuerda haber visto a la seductora
mujer pero intuye que estuvo muy cerca de ella, que percibió su aroma mezcla de
apetitosos frutos, que estuvo a punto de dejarse seducir y que en el último
instante una fuerza lo impulsó a correr para alejarse de ese lugar de ensueño. Por eso cuando él quiere narrarlo o le
preguntan, solo atina a decir que, de pronto, tuvo la sensación de haber estado
en ese lugar antes… ¿Lo había visto en sueños? Podría ser… Pero a partir de
allí era en vano esperar que contara algo más. Simplemente porque no recordaba
nada más.
Paisaje de Caviahue, provincia de Neuquén, Patagonia Argentina.