Lo que
Yaro nunca supo
Cuando
Yaro creció pudo saber de boca de otros niños la historia de una mujer que años
atrás se fue de la aldea con un inglés que vendía relojes. Lo supo porque de
allí procedían algunos relojes que todavía quedaban en poder de ciertas familias,
y que las mujeres jóvenes que los recibían de sus madres como herencia preciosa
los lucían aunque en realidad no indicaran la hora porque no funcionaban.
Lo que no
sabían los jovencitos es que esa mujer, llamada Zina había sido libre como un
ave. Sus iguales trabajaban para mantener a sus familias labrando la tierra,
criando hijos, elaborando la comida y todas las tareas imaginables ya fuese
para ayudar al hombre, cuando tenían uno, o siendo cabeza de familia. Zina en
cambio se dedicaba a pasear, bailar en las fiestas y vivir romances con hombres
de su aldea y de aldeas vecinas. Su actitud, mal vista por las otras mujeres
llegó al colmo cuando Zina tuvo un hijo y a poco de parirlo lo dejó al cuidado de
su madre para seguir su vida libre y aventurera. Conoció a un inglés que
recorría las aldeas vendiendo relojes y se enamoraron. Alexander se llamaba y
vendía vistosos relojes de pulsera, todos de hombre, de metal brillante, podía
creerse que eran de oro. Pocos relojes había hasta entonces en pocas casas y
menos eran los que lucían en sus muñecas algunos hombres, no era práctico
usarlos en las rudas tareas y tampoco le daban demasiada importancia a los
horarios. La gente se guiaba por la salida y puesta del sol y el su recorrido de
este por el límpido cielo africano. Así que no tuvo demasiado éxito el relojero
Alexander y cuando decidió partir en búsqueda de mejor mercado para sus relojes
se llevó con él a Zina, luciendo ella un hermoso reloj en su muñeca. Era la
única que tenía este adorno, las demás mujeres no podían darse el lujo de
pagarse un reloj. Otras necesidades elementales tenían para gastar el poquito
dinero que llegaba a sus manos, por lo general subsistían con el trueque.
Antes de
partir Alexander había descartado un lote de relojes que no pudo reparar y Zina
como despedida se los regaló a mujeres que conocía. Ellas también los usaron
imitando a Zina. No sabían leer la hora y no les interesaba que esos relojes no
funcionaran, pero les gustaba lucirlos como adorno.
El
pequeño niño abandonado, al que su abuela puso el nombre de Yaro, creció sin
saber de su madre verdadera, él siempre tuvo por tal a quien en realidad era su
abuela. Ya adolescente supo, como todos en la aldea, la historia de aquella
mujer pero jamás sospechó que era la historia de quien le
había dado la vida. Tampoco nadie se lo dijo. ¿ Para qué? Si en la moral
aldeana Zina no merecía el título de madre ni mucho menos nublar la felicidad
del buen chico que era Yaro.
Zina (La
diosa espíritu) Yaro (hijo)
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