Cuando vi llegar a la escuelita de Quechuquina,
gente que había descendido de la lancha y cruzado el lago Lacar, proveniente de
San Martín, entre quienes esperaba a mi cuñada María Luisa, a su hijito de
apenas un año Emir José y a mi hermana del corazón Cesarea; no pensé que la
otra persona de elegante traje sastre y anteojos oscuros era nada más ni nada
menos que la inspectora general de enseñanza provincial, es decir mi superior
jerárquica. ¡Sorpresa!
Así que enfrenté el
momento, con la entereza de quien entiende que no está haciendo nada
reprochable. Claro que ese era mi criterio pero desconocía si lo compartiría mi
superiora.
Desde dos semanas
antes, con apoyo de los padres y vecinos, habíamos accionado para contar ese
día con lo necesario a fin de ofrecer a los niños aquella fiestita navideña que
en la escuela rural adquiría para ellos mayor relevancia que en las urbanas.
Lo que no esperábamos
docente y alumnos era que ese último día hábil, viernes por añadidura, llegase
a visitar la escuela la Inspectora.
Seguramente la
señorita inspectora general, esperaría encontrarnos en clase convencional
resolviendo cálculos matemáticos, leyendo temas de historia o quizás
confeccionando un mapa de la provincia. Es decir que para ella, lo que ocurría
ese día en la escuelita habrá sido también una sorpresa porque en lugar de
cálculos, mapas o lecturas del manual Kapeluzs
o del Estrada, se dio inicio a la actividad con el Himno Nacional que
sonó desde el pequeño tocadiscos a pilas, obsequio de mi hermano José. Después
siguió el canto de villancicos y alguna comedia que habíamos ensayado con mis
alumnos para deleite de papis y mamis.
En un rincón del aula
un pino, que no fue difícil conseguir en Quechuquina, adornado con figuritas de
papel glasé y cadenitas de papel crepe formando guirnaldas confeccionados
por los chicos, completaban la
ambientación navideña.
Como cierre del
festejo se sirvió el refrigerio que, ese día, en lugar del habitual mate cocido
y pan con mermelada, consistió en jugo de naranjas y pan dulce, mas algunas
golosinas conseguidas en donación.
Rememorando: cuando la señorita Zeinab Alé, quien era una reconocida y prestigiosa docente neuquina y en esos momentos funcionaria, a la que yo sólo conocía por su firma en las circulares, se presentó anteponiendo a su nombre la mención del cargo que ejercía, supe que estaba jugado... Acaso peligraba mi futuro en esa escuelita; entendí que en esa jornada, casi en vísperas de la navidad, podía ser quizás objeto de un informe negativo, acaso una sanción o reprimenda que pesara como una severa falta en mi foja de servicios.
A pesar de la
sorpresa disfruté junto a los padres y a mis alumnos de aquel evento tan
sencillo como significativo; era nuestra escuela y nuestro cierre de
clases.
Al despedirse la
inspectora, habiendo dejado en el libro respectivo un informe elogioso, me
volvió el alma al cuerpo, como se dice.
Y bueno, después tuve
una feliz navidad y un reparador receso escolar que imprimió un nuevo impulso a
mi entusiasmo de joven maestro de escuela rural.
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Anuncio: Hoy ( 7/1/2020) inicié u relato que se publicará cada martes, en el blog: https://nelsur.blogspot.com.
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