El siguiente fragmento corresponde al relato "Los senderos del amor" , el que se puede encontrar completo en :
XVII
Faltaba una parte de la verdad, porque las dos mujeres mayores sabían quién era el padre de Julio, más no se lo dijeron; tenían mucho temor de hacerle más daño con revelárselo. Sobre ello habían discutido a solas las tías. Rosa se inclinaba por decírselo pero María se negaba y pudo imponer su punto de vista; esperarían a que él mismo lo preguntase o para cuándo los acontecimientos así lo exigieran y fuera imposible seguir ocultándole la identidad del padre. La zozobra para ambas mujeres, pero mayormente para María, madre adoptiva de Julio, al que verdaderamente amaba como si lo hubiera parido, era insoportable y venia a sumarse a la pérdida de su esposo. Si la pobre mujer hubiese tenido que decir qué cosa la angustiaba más, no habría podido decidirse por una de las cusas. Ambas la mortificaban por igual.
Julio se sentía en su aislamiento como alguien al que de pronto se le hundiera el suelo que pisaba y, por horas, sitió como si estuviera cayendo en un oscuro precipicio sin siquiera extender sus manos para asirse a los bordes y, si no fuera tanta la confianza que tenía en esas dos mujeres, y en la verdad que acababan de revelarle, habría
pensado que le mentían, que por alguna extraña razón lo estaban torturando con una historia tan inesperada como absurda. De pronto, asumida a medias la pérdida de su padre, resultaba que era una doble pérdida, lo perdía como padre porque ahora sabía que no lo era y lo perdía del mundo familiar donde siempre había estado como su referente y sostén. Y quién era su tía Clara, solamente el nombre de una mujer que nunca había visto y de quien no se hablaba en la familia. De pronto ese nombre de mujer, pasaba de ser una tía desconocida a ocupar el lugar de Maria como su verdadera madre. Lo mortificaba el engaño, y pensaba que no debería existir ninguna razón tan fuerte como para que un ser inocente, y sintió lástima por si mismo, fuera tan terriblemente engañado, con la falsa creencia de que ese hombre y esa mujer le habían dado la vida, cuando no era así. En este punto tuvo que entender que habría algo mucho más poderoso que simplemente salvar el honor de la familia Benítez, incluyendo abuelos maternos y a la misma Clara. Por qué. Cuanto más lo pensaba era mayor su desazón. Y de tan intensos pensamientos, necesariamente surgió otro interrogante en su cabeza: Quién era su verdadero padre.
Tomó la decisión de alejarse de La Nueva, del pueblo mismo, tanto por vergüenza como para ir en búsqueda de una nueva vida, acaso sin pensarlo explícitamente se proponía buscar algo más…encontrar a Clara Benítez allá en la lejana capital de la provincia donde también se encontraba Emilse, esa jovencita amiga suya a pesar de que era hija del patrón.
Al segundo día del encierro de Julián, María, preocupada decidió insistir fuertemente desde la puerta cerrada del dormitorio y le habló fuerte para asegurarse que la escuchara: No se iría de allí mientras él no aceptara comer algo y le avisó que le dejaría allí el mate, con la pava y unas tortas. Luego se alejó.
Fue al día siguiente que el joven dejó el encierro, y se acercó para hablar con María, entonces le hizo saber de su decisión de dejar la casa y salir a buscar su destino en otro lugar, lejos del sitio que fuera su lugar de crianza. Mayor fue la angustia de la mujer, quien se sentía muy desamparada por la muerte de Ramón y ahora ese hombre que había criado y al que amaba como su hijo, también la dejaría, a ella y a Teresa. Y se arrepintió de haberle revelado la verdad. Decidió ir al pueblo para hablar con su hija y con Rosa, abrigaba María el secreto deseo que entre las tres pudieran convencerlo de cambiar de actitud y seguir en La Nueva.
Cuando Don Efraín se dirigió a la casa que el mismo les había cedido para vivienda de Ramón y María como capataz ; lo hizo con el propósito de saber de la viuda de su fiel capataz y también de su hijo Julio. Le asombró no encontrar a nadie y cuando supo que habían partido al pueblo, se propuso ir más para hablar con ellos. El patrón sentía un compromiso hacia la mujer y los hijos de quien había sido por tantos años un fiel servidor y muy especialmente lo movía ahora su especial afecto hacia el joven Julio. Convertido allí mismo en La Nueva en un eficiente mecánico y chofer. Y con esos pensamientos, y otros muchos que la muerte de un amigo ocurre, Don Efraín se volvió a su casa.
-Pero Julito, querido- le decía la tía Rosa, -pensalo bien.
-¿A dónde te vas a ir hijo? - le decía María, -Esperá un tiempo hasta que yo pueda acostumbrarme a la ausencia de Ramón.
También Teresa reflexionaba: - En poquitos día nos quedaremos solas las tres mujeres; se murió papá. Se fue Santiago y ahora querés irte vos, hermanito. Esperá, pensalo mejor, Julio, te lo pido por favor.
Y la respuesta de Julio sería descarnada, dolida, sincera: -Es que ya no me hallo aquí, siento verguenza. Todos van a saber que soy guacho de padre, que mi madre me dejó como a un perrito y que en veinte años he vivido una identidad falsa. No...No puedo quedarme. Perdonen y hagan de cuenta que me fui como Santiago o que me he muerto como papá…¿ Qué digo papá? Si ahora no tengo un papá. Y debió callarse porque no quería romper en llanto.
Continuará.