Jacinta quien ya conoce las rutinas de esas salidas de domingos por la mañana, pronto encuentra a Zoilo a una cuadra de la plaza donde siempre las espera con el sulky. Claro que cerquita, a media cuadra, está el bar del Entrerriano. Seguramente , mientras transcurre la misa, se llega a saludar gente, enterarse de algunas novedades acontecidas en el centro y también, aunque el criollito no lo admite, a tomarse una que otra copita.
Cuando la chica lo llama, él le hace señas para que se acerque y suba al carruaje pero ella no quiere. Piensa desandar a pie la cuadra que los separa de las otras dos mujeres. Mas, ante la insistencia del muchacho accede y se ubica a su lado. Habitualmente quienes se ubican en el asiento, junto al conductor son Doña Rosario y Clarita mientras Jacinta se ubica en la pequeña caja, detrás del asiento.
-Tengo que contarte algo dice él.
-Bueno, pero rapidito, que la madrina tiene apuro por volver a las casas.
Entonces Zoilo larga el rollo: estuvo un rato en el bar y allí se encontró con Juan, que, bastante molesto le contó cómo, el día que Clarita no lo recibió, se fue al almacén para conocer al intruso y de lo que aconteció.
-Bueno…¿Y qué…?
Responde ella aparentando no dar importancia a lo escuchado y agrega:
-¡Ya, vamos! Doña nos va a reprender y quizá qué piense que estuvimos haciendo.
Y…¿ Qué íbamos a hacer? Replica el mozo al tiempo que, con las riendas, anima al caballo para poner el carruaje en movimiento.
(Continuará)
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