sábado, 6 de mayo de 2017

Un microcuento patagónico


                                                    CALANDRIA AMIGA ( por Carlos Buganem)




Espero  oírte                                                                
en cada alborada                                             
trinando feliz.   
                                                                               
 Augurándome  
 que tendré un buen día
Despiertas mi fe.
                   
Resultado de imagen de calandria pájaro
                



                                                                 Esta imagen pertenece al sitio : fotosaves.com.ar


CALANDRIA AMIGA ( por Carlos Buganem)
Don Elías, campesino y labrador , padre de familia,  oía cantar las aves muy temprano en el valle patagónico , en especial al amanecer, el canto claro y bellamente armonioso  de una calandria, encendía su ánimo para emprender la dura jornada que dedicaba a trabajar la tierra.                                                                                                                                                                                      
El hombre sensible a esa música armoniosa, con los años y a pesar del endurecimiento devenido de su trabajo, dificultado por los factores climáticos, se fue sensibilizando a esa dulce música que emanaba del canto del ave criolla.
Era como si cada rancho del Paraje punta de Agua, tuviera su propia calandria, que siempre se posaba para cantar en un mismo lugar. En la casa de Elías lo hacía en uno de los palos de sauce que servían de sostén a la enramada.
En tantos años, fueron contadas con los dedos de una mano, los días en que no  escuchó, al amanecer, el canto familiar y estimulante de la calandria. Elías los recordaba muy bien. ¿Cómo podría no recordarlos si la primera vez fue en los inicios de sus años como pionero de ese valle, cuando el fuerte viento arruinó la cosecha y levantó el techo de la humilde casita.  Otro tanto había ocurrido el día en que vinieron a notificarle que el banco prendaba su pequeña chacra, por deudas. Eso había sido el año en que la helada temprana quemó los sembrados.  Algo semejante había ocurrido cuando las lluvias torrenciales causaron el desborde del río y las turbias aguas se llevaron  la cosecha.
Y, finalmente tampoco cantó la calandria el día en que vinieron sus hijos, ya hombres a comunicarle que su compañera de toda la vida, por semanas internada en el hospital del pueblo, había partido de este mundo.
-Estoy viejo y tonto, ¿O es la memoria que me falla y me hace pensar que las cosas pasaron en forma distinta a la realidad? Así pensaba aquella mañana al despertarse, de madrugada y en silencio, solo en su cama, esperando oír el canto de su pequeña amiga alada. Estaba preparado, desde que perdió a su compañera y tenía la certeza que el próximo día que no cantara la calandria, sería  señal que era su momento de partir. Y fue así. Esa última mañana Elías no escucho el canto melodioso y entonces se levantó con esfuerzo, ordenó la cama, se vistió con sus mejores ropas, peinó sus blancos cabellos y se sentó, con la pava y el mate más la compañía fiel del  perro, a esperar bajo la enramada.
Allí lo encontraron, al día siguiente, como dormido. 
En el momento de depositarlo en su tumba,  hijos y amigos apenados,  recordando las virtudes del difunto, no repararon en la pequeña ave canora que, a manera de responso trinaba su despedida desde un viejo sauce cercano.

2015

jueves, 4 de mayo de 2017

Otoño







No recuerdo en qué momento reparé en la belleza del paisaje otoñal en mi pueblo cordillerano. Seguro que no fue en mi adolescencia. Es probable que haya sido cuando Jorge Villalba, ya posesionado del teatro San José, inventó entre tantas cosas que traía en las alforjas, la semana del color, un concurso de fotografías de paisajes otoñales.

Ahora, que está amaneciendo un nuevo otoño y comienzan a aparecer los amarillos, los naranjas y ocres, me preparo de nuevo para dejarme sorprender por esos paisajes fantásticos.

Miles de imágenes mediante celulares y cámaras de todo tipo reflejarán para aprisionar en sus memorias y hacerlas recorrer el mundo,  los poéticos paisajes con caminos alfombrados de hojas, los cerros pincelados de esos tonos increíbles donde  primero aparecieron los amarillos de los álamos plantados por los pioneros y entre ellos una que otra mancha  de rosado intenso  de guindos o cerezos.  Mientras que en los cerros el follaje de  los ñires, lengas y raulíes del bosque nativo van mutando al ocre, luego al rojizo y finalmente al marrón.

Recuerdo cuando regresaba de Hua Hum, los viernes de vuelta a casa, en la lancha de pasajeros después de la semana laboral, cómo en otoño llamaba mi atención la mancha rojiza de los cerezos plantados en Quilahuinto por Don Antonio Lizaso, un antiguo poblador. Allí se repetía la combinación de álamos para el reparo y frutales para el consumo y la venta.-

Y para Don Antonio, a su memoria , como a la de tantos pioneros cierro esta página , emulando a nuestra amiga Maricarmen con este haiku:

Lloran las ramas

Sus doradas lágrimas

Es el otoño





lunes, 1 de mayo de 2017

Epílogo de La princesa del Azar:



                                                    Bernardo y Aurora se casaron en la fecha fijada, dos meses después de aquel día en que regresó de Buenos Aires a Piedra Amarilla y le dio la noticia, en primer lugar a Marta, la antigua sirvienta que había ayudado a criarlo.

                                                    La felicidad duraría sólo un año que pasó rápidamente. Un infausto acontecimiento terminó con el matrimonio y sobrevino una circunstancia de ribetes policiales. Mi proyecto es continuar escribiendo este relado y en su oportunidad publicarlo con otros trabajos. Gracias a quienes hayan seguido “La princesa del Azar”

El Blog Barcos de Papel continuará con otras producciones  de mi autoría.- Espero seguir contando  con  vuestras visitas. Hasta la próxima.