jueves, 24 de agosto de 2017

Ejercicio de narrativa breve ( Alhue: Espíritu)

Salvador 
Bernardo no vivía tranquilo. Faltaba poco para que se cumpliera el primer aniversario de su casamiento con Azucena. Él intuía algo que ella no mencionaba  pero que también la preocupaba.

Por las noches, entre tantas dudas y pesares que lo desvelaban, solía preguntarse qué le hubiera dicho  su madre, si viviera,  ante su precipitado anuncio de casamiento.

-Por qué ese apuro por desposar a una desconocida de la ciudad.  Acaso sabes con qué propósito ella lo hace. No será una aventurera, interesada en tu fortuna de estanciero patagónico.

Cuando estaban juntos, él sabía que el amor de ella era sincero. Pero entonces, por qué esa preocupación, esos pensamientos y las dudas que lo acosaban no bien se alejaba de su lado.

Venciendo prejuicios decidió consultar a Alhue, la machi del lugar, que vivía desde que él recordaba en campos de los mapuches linderos a su estancia.

Se llamaban amigos aunque solo la  visitara muy de vez en cuando por una costumbre de buena vecindad. Alhue era muy visitada por gente del paraje y también del pueblo cercano. Nunca antes Bernardo había tenido necesidad de pedirle que lo ayudara. Se  decía que la machi influía a través de espíritus de sus ancestros, tanto para hacer el bien como para lo contrario.

Aprovechó una de sus habituales salidas a recorrer el campo. Dejó la camioneta en un puesto y montó a caballo para ir a ver a la machi. Llegado al rancho, corrieron a ladrarle tres o cuatro perros y Ceferino, el joven hijo de la mujer, los salió a ahuyentar   antes de saludar cordialmente al visitante. Se alegró de verlo. Aunque era un huinca, Bernardo era de llevarse bien con los vecinos, igual que lo había sido su padre. Ya en la penumbra del rancho, su  amiga lo recibió también con beneplácito y de sólo mirarlo  supo que esta vez el blanco venía en busca de ayuda. Tomó su mano izquierda mientras conservaba en la comisura de los labios, el cigarro de tabaco en hebras “Caporal”, armado por ella misma. Finos espirales ascendían desde la brasita del tabaco  y se mezclaban con el humo de unos leños semi encendidos  que se consumían en el fogón.

La anciana,  entrecerrados los ojos, miró varias veces en forma alternada al hombre, al que conocía desde niño, y a una imagen de Jesús que tenía colgada en la pared. Por fin dijo:  Dos fuerzas te modificarán la vida amigo. Una muy oscura que te acecha por medio de una mujer, cuidate por ese lado...Cuidate mucho.  La otra fuerza es luminosa y cambiará tu vida por medio de un varón, muy cercano  también, pero al que no conoces.

-Ayudame, amiga.

-Lo haré, no temas, pero estate siempre alerta.

Ceferino, quien desde un rincón había seguido el encuentro. Acompañó a Bernardo hasta el caballo y al volver la machi le preguntó:

-¿Percibiste lo mismo que yo?

- Creo que sí- respondió el aprendiz.

-Se me cruzó un nombre- Dijo la anciana.

- Salvador –  concluyó el joven.

Tres meses después, justo en el día aniversario de su casamiento, Bernardo, volviendo de Zapala,sufrió un grave accidente en la ruta. El peritaje evidenció que los frenos de la camioneta habían sido estropeados por desconocidos. Lo auxilió un joven de quien después se sabría que era hijo natural suyo. Y aunque la fuerza  oscura le dejó graves secuelas en el cuerpo, la fuerza luminosa lo reencontró con aquel hijo de su juventud que el entorno familiar le había negado conocer en el pasado. Y eso fue lo máximo. Reemcontrar a Salvador fue, ¿qué duda cabe? lo que le reconfortó el alma por el resto de su vida.-
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( Este cuento, escrito por Carlos Buganem, en el taller literario coordinado por la escritora y periodista Graciela Vázquez Moure.  San Martín de los Andes, 23 de Agosto de 2017)

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