martes, 28 de noviembre de 2023

Qué fue de Mercedes Alvarado Cuando el antiguo reloj de carrillón dio las doce campanadas en la noche de esa navidad, Mercedes Alvarado entendió que era otra mujer. Al fin en paz con su conciencia apuró su copa de champan, de la última botella de Dom Perignon. Todavía antes de retirarse vació en el lavabo lo que quedaba en la botella y la arrojó al balde de residuos. Era el final de un proceso que había comenzado tres años antes cuando decidió dejar su exitosa carrera de actriz. Siempre había tenido en el subconsciente la idea de no dejarse ver por el público en la declinación de su vida. Su decisión coincidió con el día en que su exmarido, famoso director de cine, le había anunciado que se separaría de ella. Después supo que lo hizo para unirse a una actriz joven, revelación del año. ¡Como si la juventud fuera contagiosa! Pero allá él. Mercedes ya había notado que juntamente con estar llegando al medio siglo de vida, las primeras señales de vejez se insinuaban en su cuidado cuerpo y en su conocido rostro de actriz. Hubiera podido buscar revancha enredándose con algún joven del ambiente. Era muy bella aun y contaba con una cuantiosa fortuna que sería de gran atractivo para más de un galancito. Pero, como siempre fue su actitud en la vida, primó su dignidad a pesar de saber que elegía el camino más difícil y cruento . Dos años antes, cumplidos todos sus contratos y asesorada por su amiga y representante Marisa Artana, había adquirido una finca en aquel pueblito de la costa, no tan alejado de la perla del Atlántico, pero lo suficiente como para mantenerla en el anonimato. Nadie debía saber, en especial la prensa de espectáculos, cuál había sido el destino de la famosa Mercedes Alvarado. Un año atrás había dejado Buenos Aires sin que nadie se enterase y ocupó la casona de la finca adquirida en la costa. Marisa le había conseguido un ama de llaves asegurándose de su discreción. Antes de despedirse de Mercedes le sugirió que se contactara con un grupo de damas, una especie de club de canasta que se reuniera para hacer, además, obras benéficas. La reacción de la actriz fue tremenda. Le prohibió terminantemente que volviera a hacerle otra sugerencia por el estilo. Al despedirse le pidió que no se comunicase con ella pero, ante las protestas de la fiel representante y para tranquilizarla, le aseguró que, en la eventualidad de necesitarla, ella se comunicaría. Ya en su refugio, con la sola compañía de su ama de llaves que cada día se presentaba a cumplir las tareas de la casa y del jardín. La otrora gran actriz volvió a dedicarse a la pintura, arte en el que había incursionado en su temprana juventud, antes de que todo su tiempo fuera absorbido por su competitiva profesión. También recurrió a la lectura y a la música para compensar el enorme cambio de su vida de la vorágine de la ciudad a esta calma agobiante del retiro. Mas sus quehaceres no lograban darle tranquilidad a su alma. Su mente se empeñaba en traerle a la memoria actitudes mezquinas de los tiempos en que estaba en la cumbre de la fama. De los viajes con su exmarido cuando retaceaba las propinas a las mucamas en los hoteles de lujo y a los mozos de los distinguidos restaurantes que frecuentaban. Entendió que aun sabiendo del aumento del porcentaje de pobres en los suburbios de las ciudades que visitaban, empezando por Buenos Aires, nunca ella ni su marido habían aportado un centavo para beneficencia. Como si su principal objetivo fuera obtener éxitos y acumular fortuna. Con el paso de los meses, esos ingratos recuerdos de sus vigilias, empezaron a aparecer en sus sueños y recurrió a Marisa para que le consiguiera los somníferos con que afrontar sus noches. Se preguntaba por qué su vida habría estado signada por ese afán de acumular dinero. Y fue en un atardecer en que extrañamente la invadió una suave calma, mientras estaba tendida en uno de los mullidos sillones teniendo al frente un gran ventanal que le permitía ver el océano, cuando entre brumas encendidas por el arrebolado ocaso, divisó una rara embarcación, de características egipcias. Los tripulantes vestían ropas de militares unos y ricos atavíos los otros a la vez que más hombres y mujeres vestidos con andrajos hacían las tareas propias de los sirvientes. Se vio ella entre esas mortificadas mujeres sufriendo sed, hambre y un calor infernal. Sentía en carne viva el colmo del sufrimiento y desesperada corrió hasta la borda para arrojarse a las aguas. Después pudo ver, desde un plano superior en altura, como su cuerpo era devorado por tiburones y las aguas quedaban teñidas con su sangre. Entonces la inundó una luz muy blanca a la vez que aliviado su sufrimiento la envolvió una paz como nunca había conocido. Entendió que había muerto. Acababa de conocer su final en una vida anterior. Sintió que una revelación le había ayudado a poner en orden su mente: era por eso su afán por acumular riquezas en su vida actual. Cuando reparó en que estaba rodeada por la oscuridad supo que la esperaba una larga noche sin sueño. Al amanecer el nuevo día ya había resuelto y planificado qué haría con su vida y con su fortuna. Era mediados de octubre y faltaba poco más de dos meses para la Navidad. Llamó a Marisa y le encareció que viajara lo antes posible a reunirse con ella. En vano la fiel amiga trató de disuadirla. Mercedes Alvarado había tomado la decisión de desaparecer para siempre. Tomaría los hábitos de las Carmelitas Descalzas en el convento de San Bernardo, en Salta. Respecto de sus bienes, indicó que para esa navidad se obsequiaran pinitos, con luces y regalos para todas las familias indigentes de las villas y asentamientos de la comuna de General Pueyrredón. Sobre la finca y vivienda determinó que se destinaran a Hogar y tratamiento de enfermedades de mujeres solas y de sus pequeños hijos de hasta tres años. Así lo gestionó azorada y sin poder creerlo, la fiel Marisa Artana, ante la escribanía a cargo del Registro número uno de la ciudad. Por eso, en la nochebuena, transcurridos diez minutos escasos del día 25 de diciembre, quien fuera Mercedes Alvarado dormía plácidamente y por última vez en la lujosa casona que había comprado, un par de años antes, para su pretendido retiro. En sueños sonreía viendo un desfile interminable de niños, cada uno con su colorido arbolito de navidad, Tal como ella lo había querido.

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