jueves, 16 de junio de 2011

Pasión Campesina




Todos los días , cuando el primer gallo de “La Veguita” cantaba anunciando que amanecía, Doña Rosario se levantaba para iniciar la actividad diaria. Nunca iniciaba las labores antes de persignarse y rezar un poco, siendo muy devota, a Dios y a la Virgen santísima se encomendaba. No lo hacía sólo por ella, sabía que su responsabilidad abarcaba a ese pequeño grupo de personas que dependían de ella y de los cuales la primera y más querida era su ahijada Clarita.


Muchos decían que Clarita era en realidad su nieta, hija de un hijo que había muerto ya hacía varios años, en situación dudosa en la capital provincial. Había otras versiones, pero lo cierto es que la señora reconocía a la jovencita como su ahijada y su hija adoptiva a quien, como es lógico, dejaría en legado “La Veguita”, su finca, cuando Dios la llamara de este mundo.
Seguían en sus afectos Jacinta, hija de vecinos emparentados a Doña Rosario, que en calidad de ayudanta vivía en la casa y era quien a la par suya realizaba las tareas domésticas y algunas más como ordeñar las vacas, alimentar las aves y lo que fuera menester.


Un poco para suplir la falta de un hombre en la casa porque alguien debía realizar las tareas pesadas de la chacra así como atender el poco ganado que poseían, estaba Zoilo. Tomado como mensual , joven de confianza, hijo de una familia del lugar y que vivía en una casita apartada que , años atrás, el difunto marido de Doña Rosario había hecho construir pegada al galpón y precisamente para ser ocupada por algún colaborador porque siempre se contó en “La Veguita” con uno o dos peones, algunos temporarios en la época de la esquila, ya que en tiempos del difunto el fuerte para la manutención de la familia era la cría de lanares.
                                                        ( Continúa en próximas entradas)

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