CALANDRIA AMIGA
Espero oírte Augurándome
en cada alborada que tendré un buen día
Don Elías, campesino y labrador , padre de
familia, oía cantar las aves muy
temprano en el valle patagónico , en especial al amanecer, el canto claro y
bellamente armonioso de una calandria,
encendía su ánimo para emprender la dura jornada que dedicaba a trabajar la
tierra.
El hombre sensible a esa música armoniosa, con los
años y a pesar del endurecimiento devenido de su trabajo, dificultado por los
factores climáticos, se fue sensibilizando a esa dulce música que emanaba del
canto del ave criolla.
Era como si cada rancho del Paraje punta de Agua,
tuviera su propia calandria, que siempre se posaba para cantar en un mismo
lugar. En la casa de Elías lo hacía en uno de los palos de sauce que servían de
sostén a la enramada.
En tantos años, fueron contadas con los dedos de una
mano, los días en que no escuchó, al
amanecer, el canto familiar y estimulante de la calandria. Elías los recordaba
muy bien. ¿Cómo podría no recordarlos si la primera vez fue en los inicios de
sus años como pionero de ese valle, cuando el fuerte viento arruinó la cosecha
y levantó el techo de la humilde casita.
Otro tanto había ocurrido el día en que vinieron a notificarle que el
banco prendaba su pequeña chacra, por deudas. Eso había sido el año en que la
helada temprana quemó los sembrados.
Algo semejante había ocurrido cuando las lluvias torrenciales causaron
el desborde del río y las turbias aguas se llevaron la cosecha.
Y, finalmente tampoco cantó la calandria el día en que
vinieron sus hijos, ya hombres a comunicarle que su compañera de toda la vida,
por semanas internada en el hospital del pueblo, había partido de este mundo.
-Estoy viejo y tonto, ¿O es la memoria que me falla y
me hace pensar que las cosas pasaron en forma distinta a la realidad? Así
pensaba aquella mañana al despertarse, de madrugada y en silencio, solo en su
cama, esperaba oír el canto de su pequeña amiga alada. Estaba preparado, desde
que perdió a su compañera y tenía la certeza que el próximo día que no cantara
la calandria, sería la señal que era su momento de partir. Y fue así. Esa
última mañana Elías no escucho el canto melodioso y entonces se levantó con
esfuerzo, ordenó la cama, se vistió con sus mejores ropas, peinó sus blancos
cabellos y se sentó, con la pava y el mate más la compañía fiel del perro, a esperar bajo la enramada.
Allí lo encontraron, al día siguiente, como
dormido. En el momento de depositarlo en
su última morada, hijos y amigos
apenados, recordando las virtudes del
difunto, no repararon en la pequeña ave canora que, a manera de responso cantó
su despedida desde un viejo sauce cercano.
2015
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