martes, 2 de enero de 2018

TANINO (Cuento)


La imagen pertenece al sitio www.regionlitoral.net

Tanino

Era el año mil ochocientos setenta y dos, cuando en el muelle de La Boca, un barrio de la cosmopolita ciudad de Buenos Aires, un obrero curtidor había notado que, alrededor de los duros postes de quebracho, el agua tenía un color rojizo e indagando más, percibió un fuerte olor a tanino, la misma sustancia que él utilizaba en su pequeño taller de curtiembre.

Por esos años, en el bosque chaqueño, un viajero francés, había descubierto para la curiosidad europea , lo que los nativos de esa región, sabían desde siempre: la savia del quebracho servía para curtir los cueros con que hacían su calzado y otras prendas..

La novedad trascendería prontamente, tal vez favorecida su difusión por la exposición Forestal Mundial que tuvo lugar  ese año en Buenos Aires.
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Muchos años después, en Villa Guillermina, una joven criolla, bautizada con el nombre de su pueblo, iniciaría un romance y su vida futura empezaría a transitar los insondables senderos que el destino le había deparado.  Juan, su padre, era obrero de La Forestal. El hombre estaba satisfecho de pertenecer a esa gran empresa a pesar que el salario, de por sí escaso, se lo  pagaban  casi todo en vales.

La joven se puso de novia con Ramón, que no pertenecía a los que trabajaban con los ingleses. Esta diferencia entre los que pertenecían y los que no, fue motivo de encono entre las familias. Pero, el amor pudo más y a pesar de existir esa división de clases, Guillermina y Ramón formaron su familia.

La empresa La Forestal era como otro territorio, una propiedad inglesa dentro de la Argentina avocada a talar árboles y con pueblos, caminos, vales a manera de plata y sus propias reglas.

 Las familias nativas, como era la de Ramón, le tenían pica a la empresa desde cuando el gobierno,   en pago de  una deuda de muchas libras esterlinas, entregó a los ingleses dos millones de hectáreas de campos boscosos poblados principalmente  de quebracho colorado.  Los nativos de origen, que desde sus ancestros cazaban, pescaban y comían los frutos sin tomar más que lo necesario para vivir; vieron reducido su trabajo de pequeños criadores. Por entonces, una abuela de la comunidad que veía el futuro,  había sentenciado:

-Van a desaparecer mulitas, carpinchos, tucanes, hasta osos hormigueros van a desaparecer, si siguen cortando árboles como lo están haciendo.

Y era verdad, hasta un ferrocarril propio instaló la empresa para acarrear los rollizos al puerto de Santa fe.

La Forestal que, pasando el tiempo sería un flagelo ecológico, se había iniciado en mil ochocientos ochenta y cuatro, con la llegada de la empresa; fundarían cuarenta pueblos cuyos habitantes eran los obreros a quienes, a manera de dinero, les pagaban con vales para que compraran todo lo que necesitaran en los almacenes de la misma empresa. 

Pero nada es para siempre y en mil novecientos cuarenta y ocho, cierra la primera de las fábricas, dando inicio a un proceso de desmantelamiento que culminaría en el sesenta y tres. Quedaba atrás un territorio desertificado, desocupación y conflictos laborales con la consiguiente represión por parte de las fuerzas del gobierno. 
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Pueblos fantasmas fueron quedando cuando las familias emigraron y entre ellos Ramón, Guillermina y sus cuatro hijos. Se fueron a Buenos Aires en busca de una vida mejor. Los  recibió un pariente y con su ayuda se instalaran en una Villa cerca de La Boca.

En la escuela de la Villa, la maestra habló del cambio climático y de sus causales sin saber que habían comenzado muchos años atrás y justamente los bisabuelos de esos niños  se contaban entre las primeras víctimas, allá en las lejanas llanuras chaqueñas. Otro día, la señorita llevó a los alumnos a conocer La Boca, sus pintorescas casas de chapa pintadas de vivos colores y hermosos murales, entonces les  habló de quien era el motivador de tanto colorido en ese barrio, un pintor que vivía allí, llamado Benito Quinquela Martín. Visitaron el antiguo puerto…Y los niños no sabían que en esos muelles de gruesos troncos, casi un siglo antes, un obrero curtidor había descubierto que esa madera daba una sustancia básica para el  tratado de los cueros.
Sobre sus cabezas pasó un enorme Jet atronando el aire con el ruido de sus turbinas y los niños no sabían que era uno de los miles de aviones que en ese momento surcaban los cielos de todo el mundo, movidos por combustible de origen  fósil y contribuyendo al calentamiento global.
El día antes, en el aula, la señorita les había enseñado distintas formas de cuidar el medio ambiente y como digno corolario los niños copiaron en sus cuadernos con letra muy clara, prolijamente y sin errores de ortografía, la conocida frase  del  Gran Jefe Indio de Seattle, que bien pudiera  haber salido de la boca del  bisabuelo de Ramoncito:
“Sólo después de que el último árbol haya sido cortado, sólo después de que el último río haya sido envenenado, sólo después de que el último pez haya sido pescado, Sólo entonces, el hombre descubrirá que el dinero no se puede comer.”
                                                        ***COB***
La llanura chaqueña existe y estuvo poblada de bosques  autóctonos, después de su tala indiscriminada quedó transformada en un desierto. Por eso si bien en este cuento de mi autoría los personajes son ficticios, la depredación de esos bosques , son una lamentable realidad.


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