Bernardo regresó al “Azar” antes de volverse al sur,
la noche anterior a su partida. Esta vez fue solo, ya conocía el lugar y su
intención era hablar a solas con esa mujer que lo había impactado. En el bar se
instaló en la barra y pidió una copa. No pasó mucho tiempo hasta la llegada de
Aurora en su primer recorrida de esa noche:
-Hola.
-Hola, qué gusto verla.
Ella sonrió- a su pesar sonrió-
Conversaron, al
principio de cuestiones triviales y después, copas mediante, la charla
discurrió por aspectos de la vida anterior de cada uno, como si fueran antiguos
amigos que se reencontraran después de años sin verse.
La mujer debió alejarse a veces para atender
cuestiones de su trabajo y cada vez regresó para reanudar la charla. Más tarde
se sentaron por varias manos a la mesa de punto y banca, que dejaron para
seguir hablando. Cuando fue hora de despedirse ambos sabían que un lazo
afectivo quedaba tendido entre ellos.
Él tenía programado regresar a la capital en unos tres
meses, más o menos. Se dieron las manos y ella pensó que era demasiado tiempo,
pero al momento supo que era mejor así, o lo mismo daba; o qué pretendía
respecto a ese hombre que no fuera una simple amistad.
Por su lado él lamentó, por primera vez en años, que
era desafortunado vivir tan lejos de la capital, o mejor dicho del “Azar”.
Esa noche, en el hotel, Bernardo tardó en conciliar el
sueño. Repasó entonces sus años de hombre adulto que, a los veinte, terminados
sus estudios secundarios vivió otro año
en la ciudad mientras tomaba experiencia y decidía si seguiría o no una carrera
universitaria. Resolvió tomar la última opción y se estableció en el sur junto a su
padre donde aprendió a administrar la estancia y todo lo referido a los trabajos
de la cría de ganado y el cultivo de pasturas.
A los treinta y cinco, con la muerte de su padre,
quedó al frente de “Piedra Amarilla” la estancia familiar que su abuelo había
iniciado en la Patagonia. En su papel de dueño y administrador pasaron los años
y ahora, apenas traspuestos los cincuenta, no se explicaba por qué no había
formado una familia. Para darse un respuesta se dijo que estaba cómodo así, dedicado
a su empresa y viviendo discretas relaciones con mujeres de algún pueblo
cercano y con alguna de la ciudad en sus periódicos viajes a la capital, tan
necesarios para su trabajo como para su espíritu.
Ya entre sueños, se preguntó cómo hubiera sido la
mujer elegida para esposa. Acaso cómo Aurora…se había dormido apenas cuando una
voz, acaso la suya propia, la interior,
preguntó: - ¿O cómo Frida...? Eso bastó para desvelarlo. Una realidad de su
pasado vino a quitarle el sueño.