PERSISTENCIA
No quería revivir ese recuerdo ahora,
necesitaba dormir, al otro día debería tomar el tren en Plaza Constitución;
entonces buscó una pastilla de clonazepam y por fín, a los pocos minutos, cayó
en un profundo sueño.
A esa hora Aurora estaba en su
departamento, ya liberada de su atuendo de noche y quitando su maquillaje
pensaba en la conversación que había tenido con el estanciero. Ella había
narrado algunos pasajes de su vida pero lejos estaba de haber contado todo
acerca de su historial; y estaba segura que Bernardo habría hecho lo mismo. Las
vidas de dos personas adultas no pueden agotarse en un par de horas de
conversación, aunque lo hubiesen querido hacer. Fastidiada con sí misma, por
estar pensando en el encuentro, en una forma que no acostumbraba hacer en “Azar”, se despreocupó de la charla con el sureño ; se convenció que en unos días se
habría olvidado del hombre y de su historia y acaso él tampoco regresaría
por allí, aunque lo hubiera prometido.
Se disculpó con Esteban por estar muy cansada y tomó su habitual sedante para dormir mejor; de todos modos cuando fue a acostarse su pareja ya dormía profundamente.
Se disculpó con Esteban por estar muy cansada y tomó su habitual sedante para dormir mejor; de todos modos cuando fue a acostarse su pareja ya dormía profundamente.
Cuando despertó ya eran las once, Esteban había salido. Mientras tomaba su baño de espuma y sales volvió, de pronto, a pensar en el paisaje que su nuevo amigo le había descripto. La casa en medio de un terreno llano, cubierto de pastos por donde pasaba, dando un rodeo, un río de aguas transparentes que venían de las vertientes cordilleranas. Algunos árboles plantados hacía muchos años enderredor de la casa y, enmarcando el conjunto, los cerros cubiertos de plantas bajas de la pre cordillera, uno de los cuales remataba en una formación rocosa de color amarillento que daba el nombre de “Piedra Amarilla” a la estancia.
No había faltado el relato acerca de las
tareas del campo consistente en la crianza de ganado vacuno y lanar, así como caballos para el trabajo y la
venta porque era costumbre que calificaba positivamente a una estancia criar
equinos. De lo anterior se desprendía la necesidad de dedicar una extensión
importante al cultivo de pasturas.
A
esta altura del repaso mental de la conversación, Aurora se preguntó cómo este
hombre del sur no se había casado y cómo vivía en esa lejanía con solo su
personal de servicio y los pocos peones
que realizaban los trabajos. Siendo bien parecido, con excelente
conversación y seguramente con un muy buen pasar económico, le habría sido muy
difícil eludir las redes que más de una dama
le habría tendido porque, si de algo no tenía dudas Aurora, era que
Bernardo Cuenco era un excelente partido, ya fuera en el sur lejano como en la
capital.
Ella misma si no estuviera cómoda y bien
donde estaba, lo habría tratado de conquistar… ¿Ella estaba bien realmente? La pregunta le vino
de pronto y la sorprendió, por lo que prefirió salir de la bañera y, después
de completar su aseo, salir a desayunar. (Continuará)
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