jueves, 28 de noviembre de 2013

LA PRINCESA DEL AZAR


                                            Dos mujeres trabajando en el campo, dibujo a lápiz de Vicent Van Gogh

DOÑA MARTA
Cuando el tren llegó al final de su recorrido, Bernardo tomó un taxi hasta el hotel donde acostumbraba dejar su camioneta, allí dormiría esa noche antes de emprender la última etapa de su viaje. Una ducha reparadora, una cena reconfortante y disfrutar de una cama en el mejor hotel de la ciudad provinciana, esta vez, acaso por el cansancio o  porque tenía tan presente  a Aurora, no llamó a ninguna de las mujeres que conocía allí.
A la mañana siguiente se dispuso a salir,  cuatro horas le llevaría recorrer los trescientos kilómetros por un camino de ripio, de modo que hizo revisar los neumáticos y llenar el tanque de combustible.
Llegaría a la estancia pasado el mediodía. El camino era bastante monótono, igual que el paisaje por la meseta patagónica, recién entrando a la precordillera, unos cien kilómetros antes de llegar a “Piedra Amarilla” el paisaje se hacía más interesante, el camino se tornaba algo más sinuoso y comenzaba a verse a lo lejos el perfil de la cordillera donde se destacaban las cumbres nevadas.
Con alivio traspuso la curva que llamaban del Chacay y vio aparecer las casas de la estancia, en el valle apacible que era parte de su lugar en el mundo, con el río cuyas aguas brillaban reflejando los rayos solares y en su recorrido dividían en dos la pampa que, protegida por los cerros que la circundaban con la piedra amarilla a manera de centinela, su abuelo había elegido para levantar el casco de la estancia.
Se deleitó de antemano pensando en la comida con que lo esperaría su casera, Doña Marta. Ella sabía las comidas que le gustaban, cómo debían plancharse sus camisas, cómo ordenarle la ropa en el armario; en fin era la mujer de la casa y Bernardo la consideraba como de la familia porque servía allí desde jovencita, cuando aún vivían sus padres. Ahora pasados los sesenta contaba con la ayuda de una muchacha que le ayudaba en las tareas domésticas. Doña Marta era la administradora de la casa y como tal  tenía a sus órdenes un peoncito para proveer la leña para cocina, calefacción y agua caliente y además debía mantener el parque y los jardines que rodeaban la casa.
Como lo hacía siempre, Bernardo había telefoneado desde la ciudad punta de rieles, para hablar con el capataz, inquirir novedades ocurridas en su ausencia y  por si  algo había que llevar o tramitar; a la vez hizo saber a qué hora iniciaría el viaje de modo que pudieran esperarlo y por si acaso algo ocurriera en el camino.
Así es que Doña Marta, sabiendo que su patroncito estaría llegando después del mediodía, mandó encender la caldera para que hubiera agua caliente, ya que lo primero que él haría sería darse un buen baño. Y le preparó un apetitoso asado al horno con papas y dos clases  de ensalada con papas y lechugas de la huerta.

La polvareda en el camino que bajaba hacia el valle les anunció que el patrón ya estaba en sus dominios y en minutos estaría en casa. Marta le gritó al peoncito que abriera la tranquera del casco y de ese modo lo alertaba para que estuviera atento para ayudar con el equipaje.
La mujer de la casa solía preguntarse cuándo su patrón llegaría acompañado de una esposa, porque ella entendía que sería bueno que ya no estuviera viviendo solo. ¿Sería esta vez?
Llegó Bernardo, saludó al capataz que salió a su encuentro y ya en la casa, abrazó a Doña Marta como si fuera su madre, ella dijo:
-cansado, seguro. ¿Qué tal el viaje?
-Largo y cansador, como siempre. ¡Qué bueno llegar a casa, Marta! Siento un rico olorcito a carne asada. Voy a darme rapidito un baño y después haré honor al asadito.

 ………………Continuará…………………………....................................
Los hechos y personajes del relato son ficticios.

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