Dos años
habían pasado desde la partida de Amir. Clarita lo recordaba como una tierna
ilusión que se había desvanecido en la
realidad de los avatares que la vida le presenta a las personas. Un día
supieron que Juan había regresado para hacerse cargo de los animales de su
padre, quien por su avanzada edad y su salud bastante deteriorada, necesitaba
la ayuda del hijo. El joven comenzó a hacerse ver; con esporádicas visitas a La
Veguita para restablecer el trato con quienes conociera desde niño: Rosario,
Jacinta, Zoilo…No sabemos si casualmente o a propósito, sus visitas las hacía
en días de semana o en sábados, de modo que no se encontraba con Clarita. Hasta
que un domingo, por septiembre, apareció, de paso hacia el pueblo.
Necesariamente
compartieron la charla y el mate. Hubo miradas de Juan que Clara no siempre
pudo evitar y algo, como inquietante, sacudió de la modorra el corazón de la
joven.
Después de ese
día, las visitas en domingo se repitieron de tanto en tanto y, para las fiestas
de fin de año, se encontraron en los festejos en el pueblo. Conversaron y Juan
tuvo el tino de no hablar de sus sentimientos hacia ella; pero, en su mente, algo le decía que si lo intentaba, esta vez sería aceptado, al menos para
iniciar una amistad con aquella en cuyo amor seguía soñando.
Pasó otro año. La amistad se había concretado, y Juan volvió a proponerle noviazgo. Por entonces los Azurin le dieron trabajo a ella en la casa de comercio de ramos generales y Clarita, así como fuera eficiente niñera y empleada doméstica, aprendió los secretos del comercio, la atención a los clientes y se transformó en una muy buena vendedora.
Además y como no podía ser de otro modo, sus patrones le
tenían un especial afecto y confianza.
Y sobrevino el
conflicto entre los recientes novios cuando sus conversaciones llegaron al
punto donde él le propuso planificar su futuro y la joven dejó en claro que de ningún modo dejaría su
empleo en el comercio de los Azurin para ir a vivir en la casita que Juan se
proponía levantar en el campo de su padre. Allí fue que, a poco andar, esta
ilusión se desvaneció por impero de una realidad que pudo más.
Juan volvió al
trabajo duro del campo, para no dejarse ganar por el desánimo y, por su parte
Clara, centró su afán en ser cada día una mejor empleada. (Continuará)
la historia.)
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